Monday, December 17, 2007

El armadillo


"Ingeniero, buen día, ¿cómo está?".

Una manera elegantísima de entrar a la oficina de mi jefe para tratar los asuntos del changarro (macrochangarro). Normalmente así lo saludo a las 10:30 AM, apuntalando la cordialidad con un firme apretón de manos y la vista fija a sus ojos (si no ves a la persona, mejor ni saludes). Ni qué decir de revisarme en el vidrio de la puerta de su oficina el nudo de la corbata y el peinadito de ñoño que me he dejado para esta temporada navideña. "La vanidad: mi pecado favorito" fue una frase de cierta película que reposa en mi colección de dvd's. Y, carajo, cómo me gusta.

Tomo asiento, cruzo la pierna (postura diplomática, nada de verme como piruja en traje sastre) y reviso algunos documentos que me entrega. Pongo dos dedos en la sien y el pulgar sobre la mejilla, estirándome la boca estilo Guasón. Si no hago esto, no me concentro (defecto de fábrica). Guardo silencio y mi jefe se mete en su monitor.

"¿Café?", pregunta con ese estilacho sin dejar de mirar su computadora. "Le agradezco, estoy bien así", respondo. Se acerca a su altavoz: "Un cafecito, por favor". Cumplida la solicitud, el silencio y el humo de un expresso bien calibrado dominan los próximos minutos. Se escuchan el aire acondicionado, el movimiento de páginas, el click de su mouse y los sorbos que da. Ni siquiera cuando coloca la taza sobre el escritorio hace ruido. Un hombre templado de pies a cabeza.

Termino los documentos y comento tres puntos. Estamos en sintonía. Sin duda un buen día. Antes de marcharme y como es su costumbre, me pregunta un par de cosas sobre mí y tras recibir mi agradecimiento por estar al tanto, viene el segundo estrechón de manos. Me pongo de pie, camino hacia la puerta y, justo antes de abandonar la oficina de mi jefe, el ruido de mi Nextel que llevo en la mano irrumpe con volumen 8 de 8: "¡Qué pex cabrón, te dije que te marcaba hoy puto para ver cuándo chingados te doy tu Dvd por el mugre Atlante que nos ganó!"... Quedo petrificado.

- Flashback a la tarde de ayer -En una despreocupada plática por Nextel con mi amigo David, a quien apenas humillé en una apuesta de la Final de futbol, pactamos que esta semana debe regalarme el concierto de Héroes del Silencio en México en Dvd. Por problemas de recepción en los aparatejos que hacen "pi-pip", lo único que alcanzo a entender es que mi cuate me llamará en el transcurso de mañana.

- De vuelta al fatídico instante de hoy -Me quedé en que estaba petrificado a centímetros de la puerta de la oficina de mi todavía jefe, con ojos de Bart Simpson. Por mi mente pasa el fantasma de Ruvalcaba, temido gordito de Recursos Humanos que desquita su sueldo como sepulturero de los despedidos. Estoy tan tieso como el "Chómpiras" estaba cuando el "Botija" iba a "darle peine". David acaba de hacer el favor de bajarme los chones en la cara del director general del lugar en que laboro y yo ni talco traigo para mis pompitas. Quiero huir a Hawaii, quiero que me coma el "Poeta Caníbal", quiero dedicarme al Teletón, quiero ser un armadillo (quiero llorar, quiero llorar).

Mientras en un microinstante pienso en quién será el primero del que me despediré y qué motivo daré sobre mi cese, una gotita de sudor baja por mi occipucio. Mi peinadito de ñoño se transforma, y de traer un intacto look de playmovil... la cabellera se me eriza lo suficiente como para pasar por señora de Polanco en tardío celo. Del nudo de la corbata ni hablo: parece la soga con la que puedo terminar de una vez mi calamitosa realidad. Esto es el mañanero y no pedazos, la muerte en vida, algo mucho peor que tapar el baño de los suegros en la cena de Navidad. Y Ruvalcaba y Ruvalcaba y el coco... y mis pompitas rosadas.

De pronto, mi jefe habla para dictar sentencia (gulp): "Hay tres cosas importantes en este mundo, mi estimado: trabajar duro, ser agradecido y tener grandes amigos. De esto, puedo decirte que un verdadero amigo no te llama por tu nombre, me da gusto que tengas buenos cuates. Y exige que te pague porque también le aposté al Atlante y ya cobré".

Lo dije antes de cambiar de peinado: hoy, sin duda, es un buen día.

Wednesday, December 12, 2007

Z


Nunca fui tan puntual como ahora... cuando pacto verme noche a noche con mi insomnio. Siempre... a las 4 AM: despego la nariz de la almohada y volteo a la derecha. El reloj dice siempre: "No es hora, pero ya es hora". Todos roncan y babean, menos yo. Hasta el sexto parpadeo dejo de ver borroso y, entonces sí, observo esa hora. Cómo la detesto.

Veo el techo y luego la persiana. No se mueve, está dormidota. Sus agujeros son el azul más oscuro. Ni un pelo del amanecer. Ni siquiera me escucho yo, puras respiraciones y jalones de sábanas. Un despertar astillado. Sólo abrí los ojos para querer cerrarlos, como alguien que sólo se acerca para marcharse, o un hielo que de tanto enfriar por horas termina quemando.

Hay quien dice que siempre hay una razón, pero para mí el insomnio es un contramotivo: un silencio ruidoso, una calma inquietante. Todos le hablan a mi cabeza y cuando pienso contestarles, resulta que están dormidos. Sólo hay duendes para charlar. Espuma nocturna.

Y cuando me harto y quiero agarrar a golpes al insomnio, algo hace el muy escurridizo que me agota, me cansa y termino brutalmente exhausto... dormidote en sus brazos.

Friday, December 7, 2007

Otero Mac Kinney


Otero Mac Kinney. Vaya conjunción de palabras mamucas. Primera virtud: mi amigo podría presumir ese par de apellidos y todo mundo creería que es el Nobel de Química. Ahora bien. Cuando a ello le antecede un "Ricardo José" quizá debamos admitir que se devalúe el sentido de rata de laboratorio. Suena más rascuachón, menos newtoniano.

Y nada. Que el propósito de este texto es simple: se busca mujer para mi afable compañero de farras binarias y recalcitrante hincha de Pumas. Aclaro esto para que las interesadas luego no se quejen de que el restaurante para festejar cada mes de noviazgo es el carrito #45 de tacos de canasta de la explanada que da al Palomar, en C.U.

Su parte más femenina es que duerme mucho y su parte más masculina es que admite dormir mucho (si fuera mujer, diría que meramente duerme lo que debe dormir). El candado en su barbita no es semiótico porque ni es hermético ni es barbero. De hecho, suma ya seis años con ese look de espadachín que le hace ver como si viviera tiempo extra, pero la juventud en sus ojos y su voz de chupón hacen que se esfume la madurez aparente. Tiene en un reverso el ser y en el otro el parecer. Ponerle precio a su barba, pues, resultaría una entretenida subasta.

Cuando le pregunté por sus virtudes para promoverlas a las solteras, hizo una mueca. Quizá le pareció injusto el acto de segregación para con las casadas y divorciadas que también buscan jugar tiempos extra o, en su defecto, hacer gambetas con otra camiseta. Hay vegetarianas que de pronto regresan al gusto por la carne, y uno ya las daba por perdidas. Después, parece que reconsideró y me aclaró que la bola negra la llevaban las solteras, bola blanca las divorciadas y bola azul las casadas (estas últimas son casos excepcionales en que los apellidos Longoria o Love Hewitt son aceptados sin importar sus papeletas matrimoniales).

Cuando le pregunté sus medidas (ya que nunca faltan las antropófagas que miden primero el tamaño del muslo que el fósforo que circula por el cerebro del garañón), respondió sereno que de eso no iba a hablar. Reflejo de un ente político que sabe capotear y decir "¿Siguiente pregunta?". Y en cuanto a su rostro... no podría hablar mucho, pero admito que uno lo recuerda y que no es intercambiable con la masa. La cara le alcanza igual para recitar alegremente el Mío Cid que para ser ese inmutable revelador de fotos que atesora la compañía de un foco rojo.

Se habría encumbrado si al ponerlo a prueba con la parte de una mujer que más le atrae no hubiera respondido esta atrocidad: "Déjame pensarlo". Las dominatrix acaban de salirse de la fila de aspirantes.

Finalmente, cuando lo cuestioné sobre sus sectores desfavorables, dejó ver el primer defecto: tardó en contestar. Y luego salió con que "¿Defecto en qué aspecto?". Un narciso. "Mmm, defecto podría ser mi horario de trabajo...". Confirmado: narciso. Sus contras no radican en lo que es, sino en lo que hace. Defectos periféricos, no básicos. "No eres tú, no soy yo, es mi chamba".

Otero Mac Kinney no tiene amuralladas sus ideas y les permite volar distentidas. No ve una aceituna verde sin pensar en un testículo de la rana René ni concibe un América-Chivas sin relacionarlo con un ejemplo de penumbra deportiva. Su cabeza fue una sugerencia y no un mero accidente. Su tono de voz sin matices obstruye toda alteración y su expresión honra al sosiego, haciendo llevadera cualquier época de sufrimiento. Y su mirada es la de un tipo noble que sabe blindar lo que debe protegerse, ya sea por vergüenza de caballero o por pena de enamoradizo.

Un magnífico hidalgo al que le hace falta una magnífica mujer.

Sunday, December 2, 2007

Devotional... la noche 88


"¿Cuál es el concierto de tu vida?". Esto me han preguntado varios amigos al saber que he asistido a muchos recitales producto de la total apertura de nuestra tierra (casi a niveles de promiscuidad) a la invasión de bandas extranjeras que desean escenificar su propia conquista de México.

Lo más especial es que justo hoy mi respuesta cumple 14 años de ser exactamente la misma: el show de Depeche Mode en México, el 2 de diciembre del '93.

A mis 15 años, muy próximo a la ruptura de la adolescencia en la que el cerebro absorbe hasta lo que no es cerebral, mi ubiqué en la sección B2 del Palacio de los Deportes sin saber lo que sucedería en la presentación 88 del "Devotional Tour" ni en qué condiciones aparecería la banda de mis amores. Casi nunca una primera noche con un amante es la mejor, pero aquí sucedió y el "mejor de mis conciertos" aludió a la evanescente sustancia del tiempo con cada nota. Y me hizo vibrar. Y casi a mis 30... aún lo hace.

Cuando las luces se apagaron de golpe (tal como me gusta), vino la estampida de gritos y la cúpula hizo curvos los relámpagos diseñados por Anton Corbijn. Cuatro sombras se pintaron detrás de una cortina gigante que onduló lentamente, como si la empujara el aire de una ventana semiabierta. Dave Gahan, en su versión más autodestructiva que confirmaban sus 51 kilos de peso, un saco plateado y su entonces look de junkie famélico con barba, greña y tatuajes, fue el primero en aparecer para entonar "Higher Love". Su voz estaba cortada por aguijones de heroína, pero era potente. Si alguna vez este rock star fue proclive al suicidio por un pasado o un pasón, esto se dio a lo largo de este agotador tour que duró casi año y medio. Noche a noche era un careo de Dave con la muerte. Sólo había que esperar en qué show "sucedería". Quizá por ello la voz parecía traicionarle durante los ratos bajos de "Condemnation": Hand me my sentence, I'll show no repentance, I'll suffer with pride... Un adicto cínico e indefenso. Si la autoridad hubiese buscado un gran decomiso aquella noche, habría tenido que sacudir fuertemente la garganta de Gahan, y después, separar con cuidado el polvo blanco de las notas doradas.

Por fortuna, su desprendimiento en México no fue fatal. Olvidó en el camerino su deseo de morir e interpretó cada tema como si fuese el último (motivos de tumba tenía). Sudó, gritó y encapsuló a 18 mil huéspedes, logrando que gozáramos un safari colosal en el que todos fuimos a la caza del tigre blanco. El secreto de un gran concierto está en el orden del setlist. Cada que terminaba una tonada y las 11 pantallas se iban a negros, Dave aprovechaba el aplauso para jalar aire, apoyado en sus rodillas. Y al ponerse de pie, pedía más gritos, dando siempre un trago a su cerveza, el afrodisíaco de una muerte excitante... en caso de llegar.

Bien pude usar un alias para no exhibir con gritos flacuchos mi pasión por Depeche, pero no me dio pena. A fin de cuentas, todos ahí pactamos ser una apócrifa versión del prójimo. La más pedestre de mis emociones era extasiarme alrededor de gente con la que no había compartido nada. Coloqué cuádruple signo de admiración a mis emociones y si no brinqué a la primera sección en "Stripped" (mi favorita) fue porque el enrejado era imponente (en el intento hubiera dejado un batidillo de mi ADN). Siempre fui chaparro, pero a mis 15 concursaba por el gnomo de oro.

Tras dos horas fascinantes, llegué a casa con una expresión de saciedad, ataviado con la playera oficial del tour 93-94 que se ha hecho vieja en el cajón, pero en cuya tela aún se lee esa escala en México. Hoy sigo uniendo épocas dispares con aquella inolvidable velada que conserva un perpetuo estado de presente y a la que todavía no puedo bajarle el volumen.

Hay gente a la que no le da tiempo de asistir al concierto de su vida. Yo temprana y extrañamente lo viví y no dejo de volver a él una y otra vez. Una oda a mi catártica vida interior. Un fetiche mental.


SETLIST 02/12/93:
Higher Love - Policy Of Truth - World In My Eyes - Walking In My Shoes - Behind The Wheel - Halo - Stripped - Condemnation - A Question Of Lust - One Caress - Mercy In You - I Feel You - Never Let Me Down Again - Rush - In Your Room

Personal Jesus - Enjoy The Silence

Somebody - Everything Counts

Wednesday, November 21, 2007

Nunca quise


Barragán fue mi enemigo en la Secundaria. Jamás le conecté un jab de zurda porque mi lado mariquete me permitió como máximo romperle la camisa, darle un empujón en el esternón y esperar nervioso a que llegaran mis cuates a separarnos antes de que dizque me lo guameara. Si mis amigos-guaruras no hubieran brindado el auxilio, yo me habría tragado dos molares, tendría una oreja y permanecería soltero gracias a una nariz similar a la del negro Zorullo. De mi virilidad seguro no querría hablar.

El monigote era más alto que yo, mucho más atlético que yo y mucho más feo que yo, aunque su nutrido número de acostones podía hacer cuestionable el último punto. Vivía para joderle la vida a todos y para joderse a todas. En mi caso, me era tan abortable que tuve la osadía de apodarlo "El supositorio". Cuando se enteró, este chiste rectal le causó despertar a diario en estado de combustión y juró por el chamuco que yo no llegaría a viejo, pues en cuestión de días me dejaría con dolores de anciano después de ponerme una patiza que, gracias al Beato Marcelino Champagnat (guardián de las escuelas maristas donde no hay nombres, sino apellidos), jamás se concretó.

Cada miércoles a las 4 PM, para clase de deportes, el Salón 16 del Colegio México esperaba trancazos. Alguna vez se apostaron todos los Doritos de la cooperativa a cambio de atinarle al día en que "El supositorio" y yo nos daríamos el descontón que develaría al mero "pipiripau" de tan morbosa rivalidad. El problema es que éramos súper pussies. Mucho empujoncito, mucho levantón de cuello, mucho "¡Qué güey, cuando tú quieras nos matamos!"... pero nada.

Esto sucedió en los años gloriosos del México, cuando aún no se aceptaban mujeres, cuando podían contarse chistes marranos y cuando el profesor más pulcro en el aula era cómplice de habladurías callejeras en el patio. "Si no mejoras tu boleta en mi clase, al menos sorpréndeme madreándote a Barragán", me decía de modo retador el profesor Gallegos, mejor conocido en el inframundo como "El inmortal", ya que al padecer un problema motriz tenía nulas posibilidades de estirar la pata.

Siendo franco, yo sí le sacaba a "El supositorio" por el historial de víctimas que mi staff de informantes tenía registrado a su cuenta. "No te hagas güey, te va a desfigurar", me advertía el pacífico Resillas, quien cumplía con el apodo de "El 41" que todos los salones de clase, sin excepción, tienen.

El desaguisado más grande que me provocó mi acérrimo enemigo se dio en tercero de Secundaria, cuando se decretó la inédita inscripción de mujeres al Colegio México. Apareció en las listas una damisela buenona a la que se le colocó radar de inmediato y se le apodó "Charalita", ya que todos los tiburones pretendíamos grandes porciones de este pescadito al que le agradó ser el primer motivo de aleteo vivencial del "México mixto". Yo (error) opté por la vía romántica para el ligue, pero mi enemigo aplicó el chacaleo y la doncella aceptó la ruta rápida.

Tuve ganas de hacer pimienta a estos dos cachonditos cuando supe que habían protagonizado un encuentro endocrino en la sala de proyecciones, pero aguanté o -traducción- le saqué a la posibilidad de que, en el intento, este idiota terminara haciéndome calzón chino enfrente de ella (función similar a la de un supositorio). Este recuerdo es la confirmación de que yo no era un buscador de peligros o un aspirante a la eutanasia prematura a través del castigo corporal. Por ende, podría decir que también fue mi primer destello de vanidad.

De vuelta al presente, hace unas horas di con un foro de ex alumnos maristas en el que supe que Barragán, el legendario "Supositorio", el tipo que me amenazaba con hacerme pinole y el larguirucho que siempre fue mi entrañable enemigo, falleció en junio tras un accidente. Por primera vez, el tipo logró conectarme un golpe del que no me he repuesto; tengo los ojos desorbitados, el hígado destrozado y el mentón partido. Algo sangra. A mi cabeza ha vuelto aquella frase suya de "¡Qué güey, cuando tú quieras nos matamos!".

Y hoy me doy cuenta de que no quiero. Nunca quise.

Thursday, November 15, 2007

Cinco odios y un agrado


Hace seis meses recibí de mi buen amigo Miguel "Barbitas de espadachín" Briseño una invitación para exponer un puntuario que se denomina "Cinco odios y un agrado". Aunque tardé un poquitín, cumplo finalmente con la misión y pongo mis seis incisos:

- ODIO al naco que quiere hacerse pasar por fresa. Porque si bien entiendo que todos los fresas tienen su lado naco, no todos los nacos tienen un cariz popis. Esto se relaciona con los wannabe's o con los que quieren ser como otros del modo que sea. Ser un estafador frustrado de personalidades es patético. Y peor aún... no darse cuenta.

- ODIO el insomnio monotemático. Con esto me refiero a la noche en que uno no puede dormir de corrido porque acaba de soñar con algo muy específico y que se queda estático (como una página trabada en la compu). Regresa la siesta y despierta de nuevo con el mismo tema en mente. Ya por ahí de las 4 AM uno empieza a desesperarse y a buscar leer un libro o prender la tele para que esas mugres imágenes se esfumen de una buena vez de la cabeza. Y ni así.

- ODIO que una mujer se escote y luego tache de "asqueroso", "gato" o "libidinoso" al tipo que se le queda viendo a las gemelitas. Dudo de las que dicen que lo hacen para sí mismas, porque no le veo explicación razonable que no tenga que ver con ego (que obsequia el sexo opuesto). Si vas a enseñar, enseña también que asumes el costo de dicha "puesta en escena". Quienes salen con que lo hacen por comodidad, mienten. En ese caso, cualquier cosa a medias... incomoda.

- ODIO todo lo que le puedan poner a un chocolate. Me fascina la mentada barrita café, pero sin que contenga almendras, avellanas, cacahuates o todo lo que pueda modificar el sabor original de la golosina. Tampoco me gustan las nueces y, mucho menos, las pasas.

- ODIO a Bono y, en gran parte, a U2. Sé que voy contra la mitad del planeta, pero me vale tres cacahuates. Su música no me emociona en lo más mínimo y, en cuanto al irlandesete que tienen por vocalista, se me hace el tipo más demagogo (y populista) del espectáculo. Hace dos años sus propios compañeros de la banda (especialmente The Edge) admitieron que su líder había tomado como rehén a la banda para abanderar causas sociales ruidosas, pero muy poco efectivas, además de perderse en algo que lo único que ha hecho es acrecentar su ego. No lo dije yo.

- Y como AGRADO, existen miles, pero seleccioné una curiosidad que no tiene que ver con mi conocida afición por las boobies. Amo el momento en que, cuando uno está pajareando, platique y platique y comprando papitas y chelas, viene de pronto el apagón que anuncia que el concierto va a empezar. Repito, sólo aplica en los apagones bruscos, porque luego hay otros en los que la luz desciende poco a poco como para dar chance de que todos vayan tomando su lugar. Nada como que sea de golpe, nada como la sorpresa que siempre va acompañada de un alarido brutal de la manada en la arena o el estadio. Escalofriante y maravilloso. Cada que sucede, me pongo loco.

Tuesday, November 13, 2007

Dos mudos en Piccadilly


Nos sentamos uno junto al otro en la fuente de Piccadilly Circus... y guardamos silencio. Vimos que la brisa nos salpicaba y recorrimos unos metros a la derecha. Tomamos asiento... y de nuevo guardamos silencio.

Hermanos durante casi 20 años y sin algo qué decir en nuestra última noche en Londres. Maldita pena de familia, maldito miedo a la "soledad de dos" y a asumir la hermandad con todas sus letras. Parecía preferible evadirnos con el bullicio y con la gente que al pasar y pasar siempre sirve para distraer y vulnerar el más elemental sentido de profundidad. Para que la franqueza se esfume basta la fuerza magnética del mundo exterior. Ese movimiento atroz que llena de nada.

Por algún motivo, en esta última noche que pasaríamos mi familia y yo en Inglaterra a mitad del año, fui por Alex a su cuarto de hotel para salir y, así, contar con un cómplice de nostalgias, las que siempre y sin excepción florecen en el extranjero. Quise cocinar una velada especial junto a mi hermano y comernos Londres de un mordisco; quise planear una charla ajena, en un sitio ajeno y bajo una noche ajena a nuestro pasado de indiferencia.

Pero ya en Piccadilly, el ruido de la fuente era más que nosotros. Parecíamos estatuillas que no se miraban por temor a decirse algo con la mirada que pudiese derivar en un legítimo testimonio de sinceridad. Aún con tanto qué decir por otro tanto que nos callamos durante años, seguíamos en silencio y elucubrando con el interior del otro. Mientras yo le atribuía un dejo de vergüenza infantil que le impedía expresarse, él me traducía como el hermano mayor que, por simple cronología, debía hablar primero. Surcábamos las entrañas, pero ninguno mostraba destellos fuera de parpadeos insolubles y soplidos mecánicos.

Yo quería decirle cuánto cariño mudo le he profesado desde que a mis 10 años cargué al bebé que ahora era un flacucho joven sentado a mi lado, pero sólo alimenté mi ansiedad con un taloneo que me hacía fingir frío y sentirme inútil. Fui aún más hipócrita cuando lo conminé a sacar la cámara fotográfica para ser más turistas y menos hermanos. Él, fiel a mi ejemplo de evasor del interior, empezó a disparar y a atrapar instantes con cada descarga. Así logramos una noche más difusa, más fría. Si acaso las fotos salieron bien.

Lo único distinto era que, por vez primera, los hermanos estábamos cerca. Bloqueados y borrosos, pero cerca. Esta noche se colgaba de miles de noches pasadas que se atoraban en las laringes de dos mudos con voz. Y nuestra lengua pendía de un presente que lo único que tenía de presente es que no se sentía en ese momento. Paradoja del tiempo.

Deseaba confesarle a Alex cuánto lo extrañaré, cuánta ausencia me abrazará y cuántos pedazos de carencia me caerán encima cuando se marche en definitiva a Europa, anhelo suyo de ayer, de hoy y de aquí hasta que suceda. Quería llenar sus orejas con las palabras correctas para que supiera que siempre lo abrazo sin besos porque mi pena me domina, y que nunca le siembro una caricia porque vivo equivocado, creyendo que un coscorrón me auxiliará en mi afán de esconder cursilerías.

Una noche de melancolía sugerida en Londres, en la que al menos pudimos escuchar lo que nunca dijimos. Una pizca de nostalgia que no se basó en lo que callamos, sino en lo que fuimos entonces... uno junto al otro.

Una hora tras la cual dejamos la esquina de Piccadilly vacíos de palabras, pero saciados por alguna extraña comida londinense que consumimos de un mordisco y de la cual, por desgracia, no tenemos foto.

Wednesday, November 7, 2007

Mi amigo más baboso


Hoy le festejo 10 años de ladridos al mejor y más baboso de mis amigos.

Como toda acta de nacimiento, el que yo haya creído que nació el 7 de noviembre de 1997 es cuestión de fe, pero lo verdaderamente significativo es que Joshua siempre ha estado ahí, salivando estoico a mi lado, agradecido por la comida y muy poco medido al conocer a mi gente (a algunos ha querido arrancarles el brazo, aunque sin mala intención).

Mi ex novia me lo regaló en aquella víspera de Navidad y a la fecha sigo gozándolo como la primera vez. Con los años ha sido más una vivencia que un regalito shalalalesco. Joshua, como buen animalito, ha permanecido noble, fiel, juguetón e incondicional. Tal vez yo le haya fallado en algunas tardes, pero él ha perdonado mis olvidos y crueldades con un fuerte lengüetazo que, si fuese crema, sería suficiente para afeitarme. La baba ha sido su abrazo y su mirada amielada el beso fraternal que nunca podrá darme.

No está educado, pero jamás lo ha necesitado (no aceptaré mi culpa enquistada en su pésima educación). Si bien no saluda con un pase redondo de cola a los caballeros o con una grácil gaonera a las damas que quieren chiquearlo, su ímpetu y energía me bastan. Que nadie le acerque el dedito porque tiene algo de alburero: ve salchichas en lugar de dedos. Más mexicano no se puede. Menos natural no lo querría como lo hago.

Joshua ha inyectado vida tanto en los años felices como en los momentos negros de la casa, cuando ésta era hogar. En la colonia empezaron a conocer a mi padre no sólo como magistral banquero, sino como un distinguido esquiador de asfalto que tenía a este lindo perrazo como lancha. Si uno los veía paseando, siempre podía encontrarse a mi viejo mirando al cielo, no sé si por los jalones del cachorrito o porque se encomendaba a Dios para aquel momento que pudiese ser el del fatídico desnuque. Mi padre dejaba más pelo en la calle que el perro.

Y con mi madre... ni decirlo. Su divorcio fue el hueso que Joshua lamió y lamió, tarde tras tarde, hasta que la herida empezó a menguar. "Cuando Joshua me falte, no sé qué voy a hacer", repetía ella con tanta razón que a la fecha no sé cómo fregados le haré para ladrar como mi amado cuatro patas lo ha hecho en los años en que la casa dejó de ser nido. Varios nos marchamos, pero él se mantiene ahí, mirando desde afuera la ventana de mi madre y parando las orejas cuando alguien mueve la bolsa de croquetas. Aún así, sigue siendo más atractivo el ruido del refrigerador; señal de que se acercan las salchichas de pavo que mi madre le obsequia muy a pesar del veterinario. Mamá de tres que se volvió de cuatro.

Mi gran amigo cumple una década y a esta hora sigue sin reclamar las noches de lluvia en que me fui de antro sin acomodar su casita para que pudiese refugiarse. También sigue sin pedir perdón por arrancar los frenos a aquella camioneta que mi padre compró, episodio tras el cual ordenó se le colocara una reja al patio para evitar más fechorías del cachorrito (la primera cosa que hizo el cuadrúpedo al ingresar a ese espacio enrejado fue escabullirse entre el quinto y sexto barrote, lo que puso morado el rostro de mi padre e hizo que considerara poner su cabeza en una tómbola organizada por vecinos frustrados y dueños de casa inoperantes).

Y mi hermana.... vive en paz. No hay rencor ni sed de venganza de mi perrito hacia ella, aun cuando fungió como patrocinadora oficial del único planchazo vía automóvil que le han propinado a este babosito. "¡¡¡Luis, ven a ver cómo Joshua puede andar en la calle sin cadena!!!", fue el grito salpicado de emoción de Lawrence segundos antes de que mi amigo también salpicara, pero con sangre y chillidos, el pavimento. Siempre nos pidió ir por sus huesitos; ahora lo hacíamos auténticamente.

Por fortuna la catástrofe tuvo un después y aquí estamos, caminando juntos por el mundo y, esperamos, orinando arbolitos por mucho tiempo más. Felicidades, Josh. Si te toca primero, prometo enterrarte, pero si yo la estiro antes, sé buen perro y, por una vez en la vida, pórtate bien y no escarbes.

Friday, November 2, 2007

La niña de vainilla


Cristina tiene 22 años, trabaja en otra área de mi chamba y es una niña transparente a la que jamás le acusé malicia ni atractivo. Pese a las pocas semanas de conocerla, hay algo en ella que ya es perpetuo: invariablemente me saluda con el "¡Hoooola Luiiiisillo!" más fresco e infantil que he oído en mucho tiempo; esto acompañado de una sonrisa crujiente, un abrazo y, sin excepción, un brinquito tipo Barney. Ternura per se, una merolica, toda una sardina fuera del agua.

Ayer, justo después de comer, seguí un ritual que tengo al menos una vez a la semana. Fui por un café, y luego estacioné mi carro en una calle perdida para escuchar un buen disco. En esta ocasión tocó el turno del oscuro "Hourglass" de Dave Gahan, y me dispuse a paladearlo, a solas, durante los próximos tres cuartos de hora.

Puse el freno de mano, recliné el asiento, me aflojé la corbata, distendí la barriga con unos quintillizos al pastor en su interior, y, cual parabrisas, recorrí a la mitad los párpados para convertirme en un oyente completamente absorbente. Y comenzó la música... y empecé a mirar gente, a ver pasar y a no observar, a prestar ojos abiertos y fijos, pero ciegos. Instante delicioso, exquisito, una fracción fuera del mundo, uno de esos ratos necesarios donde se seca el entorno y florece el interior. Un trozo de tranquilidad, de trance, de...

No sé cuánto llevaba levitando, pero sin avisar el vidrio del copiloto retumbó y lo primero que comprobé con crueldad y dolor es que no me había quitado el cinturón de seguridad, así que con el brinco casi clausuro mis días de fertilidad. "¡Hoooola Luiiiisillo!". Me lleva la... "¿Qué haces dormido en el carro?". Mi estimada Cristina a un lado de la puerta pegando brinquitos tipo Barney y yo... en estado de somnolencia babosa. "¡Luiiisillo, hooola!". Finalmente entendí y bajé el vidrio. Cual labrador, ella luego luego alargó el cuello y metió la cabeza para saludarme. Tan tarado seguía que no percaté de que había bajado la mitad del cristal, lo que hacía pensar que la iba a guillotinar en cualquier momento.

Superada mi estupidez, abrí la puerta esperando que Cris dijera "No, gracias, quería saludarte, pero ya me voy". Pero no. Muy mona subió, se instaló en el asiento del copiloto y me preguntó "¿Qué oyes?, uy, ¡me gusta Depeche!". "No es Depeche...", respondí. "Es el vocalista de ellos como solista". "Bueno, es lo mismo. ¿Sabes?, no dormí nada y se antoja dormir y no regresar al trabajo".

Y a mí que se me ocurre preguntar por su desvelo. "Es que tuve un súper round de madrugada con mi galán y quedé hueca". Y yo me quedé frío viendo el tacómetro (creo que aceleraba hasta la zona roja estando el coche apagado): "¿Y cuánto llevas con tu novio, Cristi?". "No es mi novio, es mi galán". Y seguía mi estupidez: "Bueno, es lo mismo". "No, para nada, éste es mi galán y nos vemos para echar dos que tres rounds a veces. ¡Diversión Luiiiisillo, diversión!".

Esta curiosidad de mujer, a quien siempre documenté como un "Froot Loop" gigante con un sentido del humor de vainilla, mutó ante mis prejuicios y de pronto se confirmaba como reserva natural de esos amigos bandoleros que desean disparar una que otra vez de noche... para no perder el toque. Diversión, estupidito, diversión.

"Podría quedarme dormida; no quiero regresar a trabajar", irrumpió Cristi con esa voz de dulce de leche y caramelito. "Te juro que no aguanto, ¿me dejas dormirme un rato en tu carro en lo que oyes tu disco?". "Sin problema", respondió mi resignación.

Y a contar 20 minutos como psicólogo que aguarda una revelación de su paciente. Así hasta que otra vez empezó a moverse el bulto y retornó la energía de la niña de vainilla. Bostezo de dragón, estirón de brazos y piernas (casi le llega la uña del dedo gordo al motor) y esa serie de parpadeos que sirven para resucitar sin exaltarse. "Luisillo, muchas gracias y qué buen disco, me arrulló. Préstamelo un día para enseñárselo a mi novio porque de Depeche le laten dos que tres rolas".

No quise explicarle de nuevo la diferencia entre un disco de Depeche y uno del vocalista de Depeche, pero especialmente evité preguntarle la diferencia entre su novio, al que le gustan dos que tres rolas, y su "galán", al que le agradan dos que tres rounds.

Wednesday, October 24, 2007

El faro


No sé dónde caminé hoy, pero metí el pie en ese agujero donde uno se rompe. No sucede mucho, quizá tarda años, pero el momento vuelve.

Se dobla el pecho y aquí ando, resistiendo las ganas de llorar a cántaros en un miércoles en el que lo que menos debería es empapar el ambiente. De por sí está fría la tarde y la noche, los pies y la gente. Si acaso yo rompo el ritmo de pie sobre este cuadrito cuarteado. Siento muy caliente la sien, aguantando para no soltarme como hace tanto no lo hago.

Salí para echarle bronca al llanto, pero el cobardito se esconde y no me da la cara. Siento la cabeza como un faro que ni prende bien ni se apaga por completo. Tal vez no hay motivo para ninguna opción. A lo mejor es el limbo en un día raro que a todos, sin excepción, nos llega alguna vez. Pero si fuese el limbo, no debería doler.

Y algo duele...

Sunday, October 21, 2007

Kiss me kiss me kiss me


"Si te vas a pintar de negro los ojos, nomás no vayas a llorar en alguna rola tristona porque vas a terminar pareciendo Alice Cooper y se perderá la intención".

Eso me dijo mi cuate David cuando le conté que iría a ver a The Cure este fin de semana, o sea a los shows que dieron anoche y hoy en el Palacio de los Deportes. Y todo porque, efectivamente, le avisé que me iba a poner como pandita darketo hoy, dándole un poco a la facha de la que cumpliría con mis requisitos para ser mi banda favorita si no fuese porque.... existe Depeche Mode. Pero igual, Robert Smith y compañía me han hecho tantas noches melancólicamente felices que no dudé en verlos.

Ayer sábado fue el buen Héctor mi acompañante en el primer recital de este cuarteto de raritos británicos. Creo que consideró dejar de ser mi amigo o escabullirse en algún momento a hurtadillas al ver que yo estaba como poseído cuando la mayoría de los que estaban a nuestro lado preferían platicar, besuquearse o esperar a que tocaran "Friday I'm In Love" (la cual afortunadamente nunca sonó). Héctor se quedó peor (y hasta yo me espanté) cuando empecé a pronosticar qué rola seguiría en el setlist y cuando los sonidos cumplieron mis profecías. "Hermano, ¿estás tarado o qué?... ¿cómo puedes saber la que sigue?", me preguntó con un miedo comprensible. "Experiencia flaco, experiencia. The Cure es cíclico, pero mejor un día te platico bien y hoy me dejas volar a gusto".

Ya para el show de esta noche, del cual venimos llegando como estropajos Mara, mi hermana Lawrence, su galán Charly y yo, decidimos usar el make up de los oscuritos y, cuando nos vimos en el espejo, resulta que al caballero y a mí nos dio el síndrome de las viejas: Charly vio mi maquillaje de ojos y le exigió a mi sister que él quedase igual. Yo hice lo propio con Mara y la onda lady se consumó majestuosamente. Estos darketos salimos más rumberas y delicaditas que nadie al momento del pincelito de ojos y el lipstick.

"Luis, va a estar difícil que no te veas gay con la boca roja, ya que estoy viendo que cuando le haces al muah de rutina pa' que agarre el rojo, te queda la trompita de corazoncito, así la tienes", me dijo Mara muy mona. Yo, ya para entonces en mi faceta Totalmente Palacio, hice berrinche y empecé a morder una servilleta hasta que la boca me quedó un poquititito más descompuesta y más ad hoc con la línea The Cure.

Charly y yo salimos más maquillados que las féminas y, ahora sí, a correr en la calle sin que nadie nos viera rumbo al Palacio. Llegando veríamos seguro más especímenes como nosotros, así que era cuestión de aguantar mofas una media hora en Viaducto. Al llegar, nos sentimos más aclimatados. Yo, muy negro de alma, fui a comprar un churro y cuando la que atendió me vio con ojos de rareza y me preguntó que con qué rellenaba el pan, salí con mi lado lindísimo y le dije: "Con lechera, por favor". No me esperé a que la susodicha me dijera que el señor de la oscuridad se me iba a salir al probar tan dulzona mezcla de azúcar.

Ya en el concierto, una onda mucho más densa que ayer. Robert Smith se levantó deprimido y definió un repertorio de ultratumba que, no por ello, dejó de ser majestuoso y delirante. Vibré con "Disintegration" y "A Forest", brinqué con "Push" e "Inbetween Days", envié besos con dos de azúcar en "Pictures Of You" y "Lovesong" y entré en trance con "A Strange Day" y "Plainsong". Para mí no faltó nada, pero mis tres acompañantes se quedaron con ganas de menos tristeza y más dicha.

A estas horas de la noche, estoy destruido físicamente, a solas en la sala de la casa, con un acumulado de seis horas de intensidad (tres horas por noche) y casi 70 canciones en la memoria. Ya me desmaquillé con la técnica de Lupita Jones y ahora parezco Irma Serrano acabada de levantar (parpadeo cada medio segundo).

The Cure ha confirmado que yo esperaba ansiosamente este par de veladas por razones muy personales, y ha vuelto a pasarme un lengüetazo por los ojos sin que sienta asco de tanta saliva y tanta melancolía.

Un largo beso que se goza más mientras más doloroso sea.

SETLISTS:
Show 20/10/2007

Open - Fascination Street - Alt.End - Torture - The Walk - The End Of The World - Lovesong - Pictures of you - Lullaby - Maybe Someday - From The Edge Of The Deep Green Sea - Please Project - The Hanging Garden - Push - How Beautiful You Are - Inbetween Days - Just Like Heaven - If Only Tonight We Could Sleep - The Kiss - Us Or Them - Never Enough - Wrong Number - Signal To Noise - The Baby Screams - One Hundred Years - End

Let's Go To Bed - Close To Me - Why Can't I Be You?

Three Imaginary Boys - Fire In Cairo - Boys Don't Cry - Jumping Someone Else's Train - Grinding Halt - 10:15 Saturday Night - Killing An Arab

Show 21/10/2007
Plainsong - Prayers For Rain - A Night Like This - The End Of The World - Lovesong - To Wish Impossible Things - Shake Dog Shake - The Figurehead - From The Edge Of The Deep Green Sea - A Strange Day - A Boy I Never Knew - Pictures Of You - Lullaby - Catch - Hot Hot Hot - Please Project - Push - Inbetween days - Just Like Heaven - Primary - Never Enough - Wrong Number - One Hundred Years - Shiver And Shake - Disintegration

At Night - M - Play For Today - A Forest

The Holy Hour - Other Voices - Faith

Boys Don't Cry

Arriba las chancludas


Desde que llegamos a Paseo de la Reforma a las 7 de la mañana, me bajé del coche con el gallo parado, pero más que dispuesto a hacer las mejores tomas de la carrera rosada contra el cáncer en donde tomó parte Mara. Doce mil chamacas (y como mil perros, 500 de ellos labradores, 300 de ellos peludos, ninguno tan hermoso como mi Joshua) siempre inspiran a uno, así que a disfrutar.

Mientras Mara me explicaba la ruta de 10 km, por mi barriga pasaba el antojo de unos churros de azúcar que, aunque parezca jalada, de pronto aparecieron en el horizonte. 10 pesitos por tres de ellos y, ahora sí, más que listo para darle la bendición a mi corredora favorita y, posteriormente, adelantarme dos kilómetros para ocupar un sitio ideal.

Cámara en mano, me dije: "Aquí me pongo, espero a que pase y cuando la '4523' me sonría, aviento el flashazo que inmortalice esta rosada mañana". Ajá, tan fácil hubiera sido, güey.

De pronto, el cameraman ve que pasa la primera corredora como bólido (pa' mí que estaba dopada o que desayunó unas aspirinas con Squirt y un Milky Way Midnight).

Y después... que se viene el pelotón. Una nube de termitas rosas grite y grite con el "¡échele!" como alarido preferido. Yo, a media calle, prefiero salvar la vida e irme a la banqueta. Hay mujeres esbeltas galopando, pero también una que otra relinchando y dos que tres imitando a una cuadrilla de rinocerontes que, con lengua de fuera apenas a los cinco minutos, ya esperan que les acerquen la meta.

Pasan y pasan y me frustro porque no logro ver a Mara entre la multitud de piernitas correlonas. Buscar el "4523" es imposible. Es como mirar fijamente a un monitor cuando le acaba de entrar un virus y se empiezan a enredar los algoritmos. Salgo del trance y casi lloro al ver que la tribu ha pasado y yo sin aventar un mísero flashazo.

Me cruzo la calle y espero a la siguiente vuelta. Si vuelvo a fracasar con las fotos, me aviento al asfalto y que me aplaste la manada de gorditas.

Idea brillante. Encuentro un poste a la altura del Km. 4. Me subo y me agarro de él al estilo Di Caprio en "Titanic" (stay in the ship as long as you can). Y ahí viene de nuevo la nube rosa con todo y sus "¡échele!".

Para entonces, hay varias damiselas que vienen rengueando y me presentan una acción inédita: el escupitajo mujeril. Una cosa sutil el "jjjjoiiiigggg" y el posterior lance del líquido salivesco. Los hombres no estamos solos en este mundo.

Finalmente, el milagro. En lo que ando pajareando desde el mentado poste con el escupitajo masivo, se acerca Mara y me avienta su sudadera. Me desprendo de mi faceta de electricista y empiezo a correr junto a ella. "¡Vamos mujer, échale, duro, venga, tú puedes!". Presiento que no me oye porque viene feliz de la vida con su iPod.

Muy salsita yo, pero de pronto pierdo energía y antes de perder también el estilo y de unirme al concierto de escupitajos, le doy un beso en la mejilla a la "4523", le agradezco la oportunidad de correr a su lado y, tras un gran total de 335 metros recorridos, la dejo seguir sin sombra. Estoy desgarrado de ambos muslos. Empiezo a caminar como si me acabaran de inyectar contra el tétanos. Voy por un atolito de chocolate y luego a esperar por ella en la meta. Corto camino entre las plantitas (al estilo Madrazo) y llego a las gradas. Me llueven llamadas al Nextel con varios "¿Ya llegó?", y les pido que no molesten porque se me va la foto final.

A la hora con 21 minutos, aparece la norteñaza y cruza la meta, mientras yo le aplaudo como le hacía Adrian a Rocky Balboa. Estoy orgulloso, conmovido como nunca y no quiero llorar, sino berrear. Qué canijo es el cáncer, qué canija es la vida a veces, pero, para eso, hay que decirlo: qué cabronas son las mujeres. ¡Arriba las chancludas!

Thursday, October 11, 2007

El 'Aura Affair'


"Felipe cae sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo Negro que cuelga del muro de su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su Corona de brezos montada sobre la peluca enmarañada. Aura se abrirá como altar...".

Éste es un fragmento de la novela "Aura" (de Carlos Fuentes) que el entonces secretario del trabajo Carlos Abascal subrayó e hizo llegar en 2001 a la dirección del Instituto Félix Rougier, enojado porque su hija, quien cursaba tercero de secundaria, hiciera esta lectura a petición de su maestra de Español, Georgina Rábago. En pocas palabras, desde la óptica de Abascal, esta profesora "pervertía menores".

Yo me enteré porque fue uno de los escandalitos de aquel año, pero estaba más ocupado en otras cosas que en darle seguimiento al pleito de la "Miss" y al boom comercial de "Aura". Yo juraba que, para entonces, Carlos Fuentes ya debía estar echándose una copita de vino (y algo más) con la maestra para contratarla como cabeza publicitaria de sus obras subsecuentes, pues las librerías no se daban abasto. "Estoy tentado a darle el 10% de mis ganancias de 'Aura' a Abascal por ser mi mejor promotor", declaraba Fuentes.

Pues bien, el 2001 terminó. El secretario del trabajo, abucheado por la mitad del País, no logró quemar a la maestra Rábago en la hoguera, pero al menos consiguió que fuera despedida de la escuela de su hija.

Días después, ¿saben dónde apareció la profesora expulsada? En el jardín de mi casa, pues a mi buen amigo Ariel se le ocurrió llevarla a una fiesta mía.

Abrigo negro, lipstick vampiresco, cabello morado casi negro, mayor que yo por un año. De botepronto, a la señorita de lo "moralmente inadecuado" no le localicé tintes peligrosos, mucho menos pensé que era ese estandarte de la lujuria que el secretario del trabajo instauró en el inconsciente colectivo de la época. De hecho, mi inconsciente individual me dijo que debía invitarla a salir. Pero ella se me adelantó.

Ariel me aconsejó llevar el partido con ella como lo hace un abanderado de futbol (desde afuerita y en silencio) y no establecer un vínculo serio con la Rábago. A este consejo le hice caso en un 5% y, por ende, las consecuencias se reflejaron en el 95% restante.

Dos meses y medio de relación, tres problemáticas salidas al Worka (porque la fémina no entendía que no íbamos al bar del Pirulí y que por ende las dos colitas en la cabeza estaban prohibidas en el manual del cadenero del antro), una fiesta de gays-lesbianas donde ella se sentía como en comida familiar, otra fiestecita donde la mota era lo más fresón entre el coctel de alucinógenos que ahí se servían sin charola, regaños de madrugada de mis padres en los que me repetían la de "¡Esta casa no es hotel!", un escándalo vial por un choque de mi noviecita (quien negaba culpa cuando el otro afectado tenía la puerta hecha añicos... estando estacionado), y, especialmente, la gota que derramó el vaso y en la que me detengo porque merece narrarla a gallo-gallina:

Hotel Mayan Palace Acapulco. Julio de 2002. No recuerdo el día, pero eso importa menos que la penosa circunstancia. Estoy a punto de perder los estribos y también la membresía del tiempo compartido de mi señor padre. La Miss Rábago, tras un agarrón de pareja, grita despavorida al interior de la habitación, camina en reversa hacia el balcón y amenaza con tirarse si tronamos. Trae unas tijeras Mi Alegría en la mano derecha y con la izquierda se jala el cabello con ahínco (creo que está alterada). Hace ruiditos. Grrr, grrrrrr, ¡grrrrrrrrrr! Es algo así, pero más feo.

Mi amigo Ariel, ahí presente, le pide elegantemente que haga el favor de no salpicar cuando quede sembrada en el césped (cinco pisos más abajo), pero ella contesta con tales gritos que me hacen considerar llamar a un padrecito exorcista. No reacciono. Me le quedo viendo como esperando a que una hormiga le meta el pie y ella caiga con todo y el chamuco y las tijeras de punta chatita.

Al final, no lo hace y la damisela cierra muy mona la ventana, como diciendo que es hora de irnos a la camita. Ha sido puro drama y, quién sabe cómo, pero cinco minutos después mi cuate Ariel (el "Ghostbuster") la tiene encerrada en otro cuarto. Se oyen unos ruiditos y el rechinido de sus colmillos, pero sólo eso. Si la vampiresa no pudo atravesar la ventana, menos podrá con la puerta.

Pasado este encuentro cercano con Nosferatu, mi amigo me regaña: "Luis, te han quitado la paz. Es tu culpa, te lo advertí. Esta mujer que está encerrada no es para andar ¿te acuerdas que te lo dije?". Mi mente remembra al abanderado de futbol y le da la razón, esperando al día siguiente un tranquilo regreso a México, con las maletas en el asiento de atrás y la Miss Rábago bien dobladita en la cajuela.

Y hablando de dar la razón, al magnánimo Carlos Abascal le ofrezco un millar de disculpas. Es cierto, la mentada profesora es cosa seria... y, sí: pervierte menores.

Sunday, October 7, 2007

La noche en que el mundo se deshizo


Cuando tenía escasos 17 años Héroes del Silencio se convirtió en mi banda favorita (de habla hispana). Recuerdo haber ido a verlos en el '96 a un lugar tan siniestro y en el que se rendía culto a la hipnosis y a las serpientes como el Cine Ópera, donde mi padre me dejó, me dio la bendición antes de bajar del coche y, cuando vio qué tipo de gañanes con mirada de zombies entraban al mentado recinto, me preguntó si era "correcta" la dirección del "recital" no sin antes bendecirme otras siete veces por aquello de morir apuñalado entre la chusma al ritmo de "Maldito Duende".

Mi máximo había sido, justo en ese año, un apoteósico show de ellos en el Palacio de los Deportes durante la gira de Avalancha, la cual marcó el fin de la banda (nunca entendí por qué puse en riesgo a mi cuate Lalo al invitarlo al último concierto en México, sabiendo que lo más rudo que él había escuchado en su vida era Locomía). Pero bueno, ahí quedó la historia de Héroes, haciendo de mi devoción hacia ellos un huevo en hibernación durante los últimos 11 años. Largo tiempo... hasta que en febrero lo imposible se hizo posible.

Gira de reencuentro con exclusivísimos 10 conciertos alrededor del mundo, dos de ellos en el Foro Sol, donde jamás imaginé que mis heroicos zagarozanos, con todo y un monstruoso stage que incluiría 25 canciones en el repertorio, podrían congregar a más de 60 mil fans por show. Pero así fue, y el duende cumplió con un par de veladas que fueron toda, toda magia. Pocas vivencias tan entrañables como ver a tus ídolos con las arrugas que no pintaban antes y que te hacen sentir que has sido, ante todo, leal.

La primera noche ataviado de blanco, la segunda de negro. La primera cantando a todo desde las gradas, la segunda gritando a metros de Bunbury. La primera noche grandiosa, la segunda... de leyenda. En la primera un momento precioso, en la segunda... la vulgaridad. En la primera un estanque a tope, en la segunda el instante en que encontré mi alma perdida que había arrojado al mar. En la primera un oscuro derecho a la delicia, en la segunda la pregunta de si todo fue un sueño o una grandiosa mentira.

Ayer, mientras este ya no tan joven vivía la última noche con sus Héroes al saber que no habrá una próxima vez en la que hagamos de la tarde una mano que tiembla, descargué el ruido y la furia, teñí de color sangre mis sueños y le pedí a una sirena que volviera al mar... para no escaparse nunca más.

Fue cuestión de empezar porque sí. Fue cuestión de no mirar atrás porque el cielo no es mío y porque, una y otra vez, habrá que empezar despacio a deshacer y deshacer y deshacer... el mundo.

Por haber extendido el sabor del universo.... brindo el silencio.

Friday, September 28, 2007

El mamón


"Tienes cara de mamón; te me hacías de lo más mamón".

Aunque El Corredor jamás se ha caracterizado por incrustar en sus textos palabras que desarticulen el "Jogo Bonito" del lenguaje de Guanajuato (correctísimo como el Cristo de Silao), en esta ocasión no tuve opción y puse las palabritas que me han repetido últimamemente muchos amigos, conocidos y quienes brindan conmigo hasta en el desayuno.

Sí. Percibo una cruzada en mi contra (particularmente contra mis gestos, muecas, facciones y no sé qué diablos más) organizada por Dios sabe quién, pero que ha derivado recientemente en un ataque frontal, persistente y sistemático en el que se me dice que quienes me conocen pensaban que era mamón al principio y quienes no me conocen seguro me lo dirán cuando me conozcan. En resumen: soy un maldito mamón a sus ojos.

En mi defensa diré lo siguiente: ciertamente no me interesa conocer y tratar con toda la humanidad, pero eso tampoco significa que sea el Scrooge de la Asociación de Colonos de San Bernabé esquina con Cruz Blanca, al cual los demás entes le valen una soberana sardina. No. De hecho, cuando llego a quitar el parabrisas, dejo que la lluvia me empape... y rico.

Hace algún tiempo, estábamos mi amigo Mike, mi cara de mamón y yo platicando (los tres bien bolsones) a pleno rayo del sol en un estacionamiento del sur de la ciudad. Ningún tema en particular, así que todavía más a gusto la plática. No recuerdo el motivo por el que en algún momento dije algo en voz alta que alcanzó a escuchar un metiche (llamado Polo), quien de pronto irrumpió en la conversación sin previa invitación.

"¡No lo critiqueees, instrúyeeeloo!" (tono de voz de cabecilla naquete de la última butaca de la Barra Monumental un domingo en el Azteca). Mike y yo nos quedamos callados, pero quien sí respondió fue mi cara de mamón: "Ah. Qué onda güey" (tono de sepulturero consumado, que lo único que está solicitando en ese preciso instante es que el tal Polo se evapore, se esfume y se haga inmaterial con todo y sus dientotes de tiburón martillo a medio morir, de esos molares que se ven por más que el pedazo de metiche intente cerrar la boca).

No, no es mamonada. Simplemente hay gente que no puede conquistarte si viene vestido con playera del tucán de Poco-Loco, pantalones beige de vestir, calcetines de Adidas y mocasines a los que el güey cree que les tiene que conseguir unas agujetas bonitas. Ni qué decir de los lentes de Beto el Boticario. ¡¿Qué en su familia nadie le avisa?! Este compadre no la libra ni con un trabajo integral de hojalatería y pintura.

Mi amigo Mike me apoya, pero él es buena onda, no tiene cara de mamón y cuida la forma, la forma y después la forma, a pesar de que el objeto de estudio sea "amorfo", como Polo.

Sí, lo admito. Con el tal Polo no sólo no quité el parabrisas. De hecho lo centré, aceleré, me lo llevé, metí reversa, le subí al radio, lo volví a centrar, lo volví a arrollar y, ya después, le pedí una disculpa, pero pues... ya no reaccionó.

Por lo demás y con los demás, suelo ser... ¿cómo decirlo?... meramente precavido. Tal vez porque sé que, una vez nadando en aguas abiertas, me dejo hacer cosquillas hasta por el más pequeño de los ajolotes. Y todos los ajolotes que me rodean, incluyendo a quienes leen la presente "carta del mamón", me resultan indispensables, aunque pocas veces se los haya dicho.

Friday, September 21, 2007

Diez años... sin llorar


Le agarré su mano y traté de hablarle, pero estaba completamente entubada y eso me hizo flaquear. Si ella casi no podía mirarme, yo apenas era capaz de susurrar algo, así que ese día, como nunca antes, nuestra conversación fue particularmente complicada. Aquel día que se convirtió con las horas... en el último.

Ese 21 de septiembre de hace 10 años cayó en domingo y tanto mi hermana Lawrence como yo fuimos de los afortunados en todavía ver a mi abuelita Esther llenando de aire flácido el tubo que entraba por su boca, cuyo tamaño y grosor me hacía que el solo mirarla me causara dolor físico. Difícil creer que ese monstruoso conducto que se empañaba y se aclaraba fuera su única forma de seguir aquí, con nosotros, mirando en tandas interrumpidas a mi hermana, luego a mí y, después, al techo. Cuando volteaba para arriba, hacía un gesto. El cáncer golpeando y golpeando. Las muecas eran la voz de los espasmos.

Tomé la mano de mi abue y le dije algunas cosas. Seguramente quise darle ánimo. Si ella soltó una lágrima, eso no lo supe y no lo sabré. Tal vez esa gota que resbaló y mojó el tubo por fuera era eso, una lágrima, tal vez no. Según yo, ella no podía escucharme bien, pero igual apretujé con cuidado su mano izquierda, la de las venas saltonas. Si en el resto de su cuerpo había rigidez a causa de los espasmos, al menos a esa mano se aferraba la última dosis de suavidad de alguien que siempre me dijo "Luigi, te quiero mucho".

Nos marchamos cerca del mediodía y hacia las 4 de la tarde vino la funesta llamada. Mi padre supo todo de este lado del auricular. Mi madre tan sólo supo que mi abue había empeorado. Entendible mentira. Siempre hemos pensado que es mejor decir "media muerte" que "muerte". Uno se hace a la idea y creemos que postergando mitigaremos un poco el dolor.

Al llegar a la clínica, todo estaba más oscuro que en la mañana. Con el sol se habían marchado mi abue Esther y mi entendimiento. A mis 19, ya bastante crecidito, apenas contemplaba la partida de un ser querido de una forma vivencial. Ocho años antes mi abuelo Ramón se había ido, pero el golpe lo canalizó de un modo raro mi niñez, sin que eso significara que no hubiese llorado como escuintle que era.

Todavía pude mirarla y, sin duda, se veía mucho más tranquila que en la mañana. Dormida, sin calor, sin tensión, sin espasmos en el esternón, sin tener que estar soplándose mis caricias sobre las venas saltonas de la mano izquierda, la mano suave a la que el cáncer no pudo ni quiso invadir. Le dejó al menos un rincón sin sufrimiento por dónde respirar.

La miré y no lloré. La estudié y traté de comprender la relación de los temores y de lo que de pronto se convierte en la nueva realidad. Pero ante todo, agradecí eternamente a Dios verla una última vez sin ese tubo en la boca y sin los ojos vidriosos que le pedían ayuda al techo.

Hoy,10 años después de la partida de mi abue, sigo sin llorar por aquella tarde. Cierto que algo me golpea por dentro, pero para eso, prefiero pensar que mi mano izquierda es fuerte y es la que siempre me hace respirar y recordar los grandes instantes con ella. Los que no tienen techo.

Monday, September 10, 2007

El triunfo de las gorditas


La única actividad que una fémina cumple cabalmente desde la cuna y casi la muerte es ese macabro repaso del cuerpo de otra representante de su especie. Ellas le denominan “barrerse” y lo hacen con tal soltura que hasta al viento le da miedo cruzarse en pleno acto. No vaya a ser que lo tachen de celulítico.

Para las doncellas de nuestra generación (pegándole a los 30’s) fue relativamente fácil ejercer esta profesión viboresca en los años en que Madonna estaba bajo los reflectores como diva dominante. Para todas era sencillo tacharla de “piruja”, “zorra” o “ninfómana”. Enrollarse no costaba trabajo.

Pero en 1998… todo cambió. El multitudinario viboreo femenino se enfrentó a una nueva amenaza cuando de hombre a hombre corría una sola pregunta: “¿Ya viste a la chaparrita que canta ‘Baby One More Time’ con faldita de colegiala y medias encima de la rodilla?

La "Barre-Señal" apareció en el firmamento y despertó al monstruo anacondesco de la especie mujeril. ¿Quién fregados era esta curvilínea tontita que respondía al nombre de Britney Spears, que invadía MTV y que traía no menos que apendejados a todos los trípodes del globo?

Las coralillos, las boas, las de cascabel y especialmente las de celulitis y estrías acudieron al llamado de la sangre y dispusieron la estrategia para destruir con urgente inmediatez la amenaza. Se informaron de que ésta no era una Madonna cualquiera, sino que cantaba como niña babosa y se movía como monumental mujer. Objeto incomprensible y, por ende, no tan fácilmente aniquilable. El apocalipsis de las feas. La “buena nueva” de los garañones en el amanecer del milenio.

Cuando parecía que nada podría empeorar las cosas para la gran anaconda femenina, Britney se dio el lujo de demostrar que aún faltaban gambetas para causar el colapso total de sus detractoras: 1) Se puso un traje de látex rojo para cantar “Oops, I did again” (el título fue tan aplaudido por los sementales como aborrecido por las damiselas), 2) En una entrega de MTV se colgó un enorme y amarillento pitón en los hombros y unificó portadas alrededor del mundo, y 3) Un año después, superó toda expectativa al plantarle, frente a millones de televidentes, un cariñoso kiko con salivita a Madonna, hecho con impacto planetario y que logró lo que nadie antes pudo: provocar que le hirviera la sangre tanto a hombres como a mujeres. Todo... de un lengüetazo.

No hubo, en ese entonces, poder humano que la detuviera, mucho menos mujer que sombra le hiciera. Britney acababa de poner a sus pies a toda la tribu masculina, y de rodillas al perredismo de su propia especie. Tacharla de “revolucionaria” en el arte del marketing carnal era quedarse corto.

Jessica Simpson, Lindsay Lohan y Mandy Moore fueron colocadas en escena como un intento de diversificar el efecto Britney, pero se quedaron a medias y ninguna evitó los raspones de la ineludible comparación con respecto a quien empezó este relajito. Spears consiguió, con ello, que la gran anaconda femenina le quebrara los huesitos a sus malas copias y no a ella. Había desviado la atención, había vencido a la víbora de mil cabezas.

Por desgracia, y al estilo de Cleopatra, Britney acabó consigo misma, se casó, se embarazó, se rapó y gestó “el motivo” que nunca antes había dado para ser apedreada sin clemencia ni piedad. Peor aún, anoche regresó a la vida pública y lo hizo de la manera menos conveniente: mandó a su pancita por delante y después entró ella para cantar en los Premios MTV.

Sí, nutrió al reptil. Lo alimentó y, con ello, devolvió a la vida la convicción envidiosa que reza que no hay mujer que se salve de poner en su abdomen la consistencia de un budín de tapioca. Ahora todas las que la repudiaban la quieren porque ya es una de ellas. El imperecedero instinto de unión entre mujeres, el cobijo y el aprecio, mientras ninguna quiera pasarse de viva (o de buena).

La emancipación de la celulitis, el reinado de Britney que duró nueve años y los hombres que lloramos porque la princesa, con todo y látex, oops... ha muerto.

Sunday, September 2, 2007

Dolores


Desde Marilyn Monroe y Kim Novak hasta Monica Bellucci y Leonor Watling, las mujeres que más añicos han hecho mi cabeza y han puesto en severo predicamento mi sistema sanguíneo tienen tres ineludibles características: cejas pobladas, ojos que hablan hasta gritar y, ante todo, boobies apoteósicas.

Sin embargo, quienes me conocen de años atrás saben bien que mis momentos catárticos han tenido su epicentro en una chaparrita, flaquita, pecosa y no frontalmente virtuosa irlandesa que responde al nombre de Dolores O'Riordan. Bueno, ni siquiera este nombre debería volverme loco, pero el verla me pone tan, pero tan de buenas, que usualmente termino mal.

Prácticamente con ella, por ahí de 1993, clausuré mi gusto infantil por los Hot Wheels e inauguré oficialmente mi gestión de enamoradizo exacerbado y devoto del sexo opuesto. Fue una lumbrera, una revelación el que, acaso, no haya sido una actriz porno o una dama de la vida galante la que cogiera por vez primera mi atención de puberto. Fue ésta, fue Dolores... y esa voz, esa flacucha voz....

Si bien esto ayudó a que en los años siguientes me gustara significativamente The Cranberries, a la vez comprendí que el cuarteto musical era una suma de tres y una, o mejor dicho, de ella y los demás. O mejor dicho: ella, yo, y los demás.

Güera o pelona, cabello negro o rojizo, greñuda o casi rapada, mis hormonas jamás dejaron de licuarse en torno a esta delicia de doncella cuyo ángulo sexy aún no logro encontrar, especialmente cuando uno la ve brincando como gnomo pulguiento en el escenario. Sinceramente, no me importa. El que no tenga sueños líquidos por su culpa me hace sentir que todavía me queda un poco, una pizca y una morusa... de amor inocente.

Y esta noche del 2 de septiembre de 2007 (14 años después de haberla escuchado por primera vez), la susodicha tuvo la decencia de venir por fin a tierra tenochca a traerme gallo. Yo, muy obediente, acomodé el calendario para no faltar a la cita con Lolita, y hasta le dije a mi amadísima esposa que todo intento de violación hacia mis huesitos los agendara en cualquier horario anterior a las 7 PM de hoy y posterior a las 9 AM de mañana (por aquello de no estar echando guayabo y al mismo tiempo pedir que respirara al ritmo de "Zombie").... What's in your head!!!!

Cubiertas mis demandas, fui noble y al lugar de la serenata llevé a mi norteña, a mi hermano Alex y a mi primazo Edgar. Creo que desde que viajábamos en el coche los tres se dieron cuenta de que ya iba yo en estado catatónico, y que cualquier intento por sabotear mis emociones previas al concierto sería premiado con un elegante "'¿No quieres ir?, no vayas, esto es Ping Pong de dos sin reta".

Como buen novio, llegué a la cita una hora antes. Dolores andaba apenas maquillándose, así que maté minutos en tres actividades básicas: caminar 940 veces en torno a un cuadrito cuarteado de la explanada del Auditorio Nacional, hacerme manicure con los dientes y llamar a mis mejores amigos para narrarles a detalle la etapa previa a la primera serenata que no llevo, sino que me traen. Ninguno contestó el maldito celular.

Por fin, a las 7 de la noche con 8 minutos, O'Riordan ordenó que se esfumara la luz y la sala quedó en penumbra para iniciar el recital con exclusivísima dedicatoria al que escribe. "Amor, creo que se le olvidó la falda a Dolores", fue la primera frase romántica que aventé al ver a la hermosísima irlandesa tomar el escenario, acompañada por el trío Colibrí versión Dublín. "¡Hola querido México!", gritó antes de arrancarse con "Zombie" y creyendo que me siguen apodando "México".

En fin. Ya para la segunda rola de la serenata, Dolores se había quitado el saco y andaba enseñando chamorro color Gasparín (fue cuando mi norteña me explicó que no es que no trajera nada abajo, sino que su short, onda teveíta, era sumamente corto). Dedujimos que tampoco traía bra, aunque en ese punto coincidimos por unanimidad en que no lo necesitaba. Aquí radica la muestra de que es amor puro y limpio el que en mí despierta esta veterana de 36 primaveras. Y yo, aun sin boobies qué mirar, desfallezco.

Por ahí de las 8 de la noche le pidió al maestro Juan Penas irlandés que nos dejara solos para interpretarme al oído el "tuuubira, tuuubira" de "When You're Gone", mi favorita, el más grande momento del gallo, su súplica para que yo la perdonara por años y años de ausencia. El clímax, la silenciosa intensidad, la reconciliación.

Superados esos momentos en que uno balbucea y repite como baboso "Ya me puedo morir, ya me puedo morir", vino el final y la despedida que se escurrió dolorosamente y sin avisar. Se manifestó el cliché y al prenderse las luces me encontré congelado, con los ojos titubeando, las manos entrelazadas (tipo señora que le está rezando a San Charbel) y mirando la puerta por la que Lolita se metió y ya no volvió. La vieja táctica del adiós sombrío e intempestivo que, por ser sutilmente rápido, no permite que entendamos que la fémina se ha vuelto a marchar.

Amores de verdad, Dolores de verdad. Y esa voz... esa flacucha voz...

Sunday, August 26, 2007

Uno de estos días te cortaré en pequeños trozos


Escena 1: A finales de los 80 un amigo (de esos altotes y aprovechados) me platica la historia de Jack The Ripper y me enseña una revista donde se resaltaba el centenario de este considerado primer Serial Killer de la historia. En una página aparecían las siguientes líneas, escritas con una especie de tinta roja y fechadas el 25 de septiembre de 1888:

"Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha capturado, pero en realidad no me han encontrado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo de gritar. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo... Atte. Jack".

Aparte de quedarme tieso del miedo y traumado a mis escasos 10 años de edad, con esta vivencia inicia oficialmente mi interés por el destripador que aterrorizó Whitechapel entre 1888 y 1891. Con el paso de los años, encuentro que a este compadre del escalpelo filoso, al que se le atribuye la muerte de cinco prostitutas londinenses, nunca lo pescaron y, mucho menos, descubrieron su identidad.

Escena 2: Hace apenas unos días, mi amiga Claud quiere ponerme a prueba y me manda por mail un par de párrafos para que yo demuestre si realmente soy un conocedor de los asesinos seriales. Con la primera línea que leo, me es suficiente. Le respondo de inmediato su correo diciéndole que se trata de "Son of Sam" (David Berkowitz), dándole la ficha de este sádico lunático que, con su pistolita calibre .44, sembró pánico en Nueva York entre 1976 y 1977.

Escena 3: Entro a un Mixup con mi madre y, en los monitores de la tienda, vemos que están pasando la película de un asesino cuya máscara estaba hecha con la piel de sus víctimas. Mi antecesora le pregunta al que atiende que cuál es el título de tan desagradable cinta, y salgo yo con el currículum vitae completito de Ed Gein, el carnicero de Plainfield. El gerente de Mixup se me queda viendo feo y mi madre me regaña (a mis casi 30 añotes) con un titubeante: "¡Cómo puede ser que te sepas esas cosas tan feas!". Para calmarla y borrarle esta imagen, su lindo hijo le picha un Cd de Barry White y sale con ella del brazo, cantándole suavecito "Can't get enough of your love babe".

Escena 4: Estamos Mara y yo tiradotes en el cuarto y echando tele en una apacible mañana de agosto. En TV Azteca pasan una sección de asesinos seriales y adelantan: "Después de comerciales, les presentaremos las fechorías de Richard Speck, un criminal que en una sola noche mató a ocho enfermeras". Mara, una monada como siempre, avienta un bostezo y luego dice muy quitada de la pena: "Ah, ya sé quién es. Es el loquito bruto que por no percatarse de dejar a una novena con vida, fue acusado por ésta y capturado por la policía". Me quedo perplejo. Mi longeva debilidad por el tema, mis libros que exploran la mente criminal y mis documentales en DVD sobre los asesinos más célebres de la historia han contagiado a mi norteñita y la han hecho una experta en el universo de los matones. Ahora comprendo que no haya puesto un "pero" cuando esta semana le dije que fuéramos al cine a ver "Mr. Brooks".

Pues bien, pasados estos cuatro capítulos, no me excuso ni puedo ocultar que me intrigan las historias de ciertos personajes cuyas mentes, acciones y motivos he sido incapaz de entender y explicarme.

Habrá quien diga que todo individuo tiene un asesino encerrado en el cuerpo y que sólo algunos lo dejan salir por completo, mientras a otros apenas se les escapan inofensivas sombras de ese instinto tan humano e inhumano a la vez. La paradoja que es preferible negar.

Por cierto, el título del presente no es mío. Pertenece a "One of these days I'm going to cut you into little pieces", canción escrita por Pink Floyd en 1971, y la cual intentaba explicar el único momento en que un integrante de la banda sintió verdaderos deseos de cortar en pedazos a alguien que le resultaba sencillamente... extirpable. ¿Una inofensiva sombra que se le escapó?

Tuesday, August 14, 2007

Se repite el penal


Nunca falta.

Desde que se me encomendó una función especial en mi chamba la semana pasada, me concentré en buscar la mejor forma de exponer lo investigado y ponerlo en práctica frente a la plana mayor de la empresa. La cita estaba prevista para hoy a las 12:00 en "el salón de los meros meros" y yo me sentía como Charlie Sheen en su papel de "Wall Street". Parecía que me iba a parar a hablar largo y tendido (y nervioso) frente a Michael Douglas, pero multiplicado por 14. Una cosa sencilla.

Hoy que me levanté, le di un titubeante beso a mi amada, me metí a bañar y se me cayó tres veces el jabón, me pasé la toalla sobre el occipucio 20 veces y me dejé los pies empapados al momento de ponerme los calcetines.

En el camino casi me llevo a una viejita que atravesaba la calle, me pasé un alto y, ya en el Periférico, me percaté que no había prendido el estéreo, algo imposible para mí. Fue entonces cuando recordé que debía calmarme y, para ello, sí, lo confieso, saqué un disco del concierto de Yanni en el Taj Mahal para poner "Waltz en 7/8". Sentía como si el Namasté me invitara a inhalar profundo y como si la cuerda del violín de la rola me dijera: "Ya güey, cálmate, más te vale que dejes los nervios en la cajuela, porque si no, te vas a pandear gacho frente a la plana mayor". Un sabroso apocalipsis.

Al llegar a la chamba y después de ir 3 veces al baño, no faltó el ojaldra de sistemas que me animó: "¿Traes una presentación hecha en Mac?. Lo más seguro es que se desconfigure". Pese al foul personal y al flagrante intento de intimidación de este "Gates tolteca", Dios es grande y mi presentación resistió los embates de una PC, la cual la recibió con un mísera variación en los acentos. Una simple gripe binaria.

Con puntualidad (y nervios), me acerqué a la salita de juntas donde, de antemano, estaban los de la plana mayor. "Luis, colócate donde quedes a la vista de ellos y, cuando yo toque el vidrio y te haga una seña, entras". Esa fue la instrucción que me había dado el buen Juan Edgar, encargado de que toda exposición salga a tiempo y en forma.

12:01 horas en el reloj y Juan Edgar toca el vidrio y me hace la seña de que es momento de tirar el penal. Me perfilo, inhalo, exhalo, tomo la manija de la puerta, abro, pongo medio pie en la salita y... "Luis, ¿nos permites por favor?, ahora te llamamos".

Con muchísimo gusto (y ganas de tirarle un cabezazo a Juan Edgar tipo Zidane), doy las gracias por nada y regreso a mi lugar de origen, o sea, al mundo del "ya casi expones". Yo soltando adrenalina gratis. Es como un gol en una Final, pero qué creen, dice el árbitro que alguien (Juan Edgar) se metió al área y que el tiro se repite.

12:02, 12:03, 12:04 y yo rotando sobre mi propio eje, con mis apuntes en mano y esperando que el árbitro pite para, ahora sí, cobrar el penal. De pronto.... alguien me llama, pero el sonido no proviene de la sala de juntas, sino del pasillo opuesto: "Qué pasó mi cuate, ¿hora de juntas?".

Quien me busca es ni más ni menos que...., bueno, no me sé su nombre, pero es un bigotón de intendencia que siempre interrumpe sus deberes cuando en la televisión se está transmitiendo un partido del América. O sea, éste cambia de plumaje más que de corte de cabello y su mostacho parece una alita de águila extendida y que vuela feliz sobre cada sonrisa que esboza. "Sí", contesto seco, antes de regresar a mis apuntes. "¿A poco no se pasa el 'Tuca' cuando dice que Pumas es mejor que América?", me dice.

No es que yo sea mamila con este "compa", pero es que en verdad, entre los minutos que me quedan y mis nervios, no hay margen de dar mi versión extendida de la rivalidad azulcremas-felinos. "Sí, se pasa el 'Tuca'", es lo único que respondo.

"Porque verá joven, yo pienso que América es mejor en todo, o usté dígame ¿en qué es mejor Pumas?. Nosotros somos mejores, ellos ni en CU nos han ganado en 3 años... bla bla". Si pongo el "bla" es para abreviar seis minutos de un tratado de superioridad americanista que acabaría, me cae, con todo experto de Los Protagonistas y de La Jugada.

Por fin, Juan Edgar (Materazzi) toca el vidrio, me dice que pase (que se cobre el penal) y yo me perfilo. Entro y expongo. Todo fluye bien y, al salir media hora después, al primero que le regalo una sonrisa es al "bigotitos", quien, noble, y no histérico como yo, me saluda cordial y me enseña su escapulario... sostenido por un cordón azul y amarillo.

"Así es mi hermano, 'Tuca' está loco. Somos mejores".

Thursday, August 9, 2007

Juré que era casada... mi esposa


La primera vez que la vi aposté a que era casada. Ella solía venir a trabajar como apoyo de deportes a las sesiones de madrugada del Mundial del 2002. Recuerdo sus bucles güeritos, abultados, eran rizos que apuntaban a todos lados y a ninguno (seguro no apuntaban a mí). Bostezaba y bostezaba, traía unos converse de distinto color cada día y lucía orgullosa una playera de la Selección. Sí, medio fachas.

Cinco años después, efectivamente ella está casada... ¡pero conmigo!. No, no le apliqué bajín a ningún caballero. No, en ese entonces no estaba ella dándole besitos a algún garañón. No, no me la chacaleé. No, jamás imaginé que sería eventualmente mi esposa. Es más, la norteñita y yo llegamos a confesarnos, en una salida de cuates, que jamás nos meteríamos en esa burbuja psicodélica ancestral denominada "matrimonio". Chocamos vasos, lo juramos en nombre de la bendita soltería y aquí estamos hoy, durmiendo de cucharita los dos grandes mentirosos cuyas promesas valieron pa' puro queso. Para comprender el valor real de un juramento solteril, sólo se requiere romperlo a la primera noche de vinito, jamoncito serrano y unas cuantas gotitas de guayabo.

De ser una dupla de amigos decentes, mi güerita y yo pasamos a consumidores del vicio. Nos fumamos caricias, aprendimos de memoria nuestros lunares, nos inyectamos elevadas dosis de complacencia y el mundo horizontal se nos empezó a hacer particularmente sabroso. Placeres inconfesables. Tanto placer como ver quién de los dos tenía los tobillos más bonitos. Ocio de pareja, ocio del bueno.

Las sesiones de urgencia y las dudas existenciales dejaron de atolondrarme cuando pronuncié mis votos ante el sacerdote y me di cuenta de que mi convicción al hablar la estaba haciendo chillar bien canijo (estuve a nada de decirle que no hiciera dramas enfrente de la gente). Aquella noche de bodas en Cocoyoc me hizo algo que ni el castellano (ni Google) nomás no me ayudan a definir. Sólo sé que ella dejó de ser mi última visita nocturna para convertirse en mi primer parpadeo del amanecer. Ningún romanticismo tan puro como mirarla entre lagañas. El verdadero amor es cotidiano. Esa es mi tesis a casi tres años de casado (cazado).

Dejé de dormir con las manos metidas en los boxers y me hice al hábito de, mejor, rascar la almohada. Dejé de poner seguro en el baño durante la ducha y dejé de salir de la regadera sin importarme si alguien entraba y practicaba patinaje con el jabón en el piso. Además, comencé a doblar mi ropa y a fingir que soy ordenado. La pantomima duró dos meses.

Hoy que cumple 31 años mi calzonuda norteña, la celebro a lo grande y me festejo a mí mismo por mi único gran acierto en esta vida de fajines, toquines y trajines, acierto que me hizo retirarme como casanova de siete centavos y debutar como marido de un mujerón. Me sigo burlando de mis poses cuando el poli de la casa me pregunta "¿Señor, necesita que le ayude con el súper?" (otra farsa: seré mandil, pero no hago el súper). Y lo de "señor" lo traduzco como un antídoto a mi cara de niño.

En fin. Probé lo ajeno, me dijeron que ya era "mío", según el acta matrimonial y la decisión de Dios, y ya me gustó. Aunque entre más es ella mía, menos soy yo mío. Soy otro. Una mitad de ella me hace vivir sobrado (incluso en mi peso) y digo con inestimable dicha que me echo dos latas diarias de cultura tijuanense y no me provoca reflujo. Recuperé mi capacidad de sorpresa, la pierdo cada noche y la retomo con algún chascarrillo de su jolgoriosa forma de hablar ("Marido, llévame al 'Starbacks'"). No sé qué es lo que menos me gusta, si el tonito del "Estarbocks" (como pronunciamos los chilangos) o lo de "Marido" (mi cara de niño saca tres arrugas al recibir tan bonita palabra de mi güerota).

En fin, llegué puntual al matrimonio, hoy celebro los 31 de mi norteñaza, y pienso seguir entregando mi fidelidad y mi ropa mal doblada a quien me recuerda, por más que me enterque en lo contrario, que estoy químicamente enamorado de la que juré estaba casada con otro hace años.

Ya lo dijo un gran amigo: "Jamás los visualicé a ustedes juntos cuando solteros. Hoy que los veo casados, no los imagino separados".

Tiene razón. Aunque no puedo roncar a placer ni rascarme con descaro en la cama, tiene razón.

Monday, July 30, 2007

Los traficantes


21:34 horas. En pleno cierre de la edición de deportes, un amigo (llamémosle el Señor G) se me acerca y, cuidando sus espaldas de sombras femeninas, baja la voz y me habla al oído: "¿Ya viste las fotos de Irán Castillo como Dios la trajo al mundo de la revista H?".

Como si yo hubiese solicitado más detalles, me toma del brazo, me lleva dos pasos lejos de los fisgones y se baja los anteojos para verme directo por encima de ellos. Mirada de anciano raboverde: "¿Sí me escuchaste o me andas huyendo, maricón?. Te pregunto que si ya tienes las fotos de Irán". Este tio cree que no entiendo lo que es una fruta sin cáscara. "No hermano, no he tenido el placer de verlas".

El Señor G se queda impávido y luego retoma el habla. "Mañana vienes, mañana te veo, mañana las tienes". Siento como si me fueran a vender anfetaminas. Pasan un par de compañeras de trabajo y mi amigo les sonríe con ese cinismo que me hace apreciarlo casi de modo entrañable. "Ya me oíste fresita, tal y como pediste, mañana tienes las fotos de esta mamita". Si bien es cierto que no me negué, tampoco recuerdo haber solicitado algún cargamento fotográfico.

23:48 horas. Han pasado más de dos horas desde que el Señor G me ofreció 200 gramos de `crack´ originario de Irán, y me encuentro sentado y tranquilo frente a mi computadora. Sin aviso ni advertencia, percibo una respiración a mis espaldas. Volteo y encuentro a otro buen compadre (llamémosle el Joven E). También trae anteojos y la misma mirada que esconde intenciones y lubrica secretos. Su rasposa voz de catacumba me hace ofrecerle una mentita.

"Mi estimado", comienza elegante. "No es que yo sea un sabueso que ande husmeando, pero con todo y la discreción de cierto personaje hace rato, escuché que te ofrecía las fotografías de una nena que salía en la novela Clase 406, ¿estoy en lo correcto?". "No veo novelas juveniles, pero sí, me ofrecieron ese polvito", le contesto muy quitado de la pena.

"Muy bien", continúa mi desinteresado benefactor. "Debido a que te considero buena bestia y ya que estamos en una chamba muy estresante, me he permitido enviar a tu mail un paquete que fluye discretamente en la red y que cayó en mis manos por casualidad (ajá). Quizá te alegre la semana, así que abre tus carpetas".

El Joven E ni siquiera se despide. Se acomoda con el índice sus anteojos y me deja una palmada en el hombro antes de marcharse en silencio. Signo inequívoco de que confía en que abriré mi correo electrónico en un lapso no mayor a dos minutos y sin pájaros en el alambre.

Cumplo la misión y en mi monitor aparecen 20 fotos provenientes de las más recónditas e inhóspitas regiones de Irán. Es la primera información valiosa que recibo en el día, y después de un rápido vistazo, sustituyo esta ventana por mi carpeta de canciones de I-Tunes. Justo a tiempo, pues aparece de pronto una compañera (a la que llamaremos Doña N), quien me dice muy mona: "¿Aquí a estas horas?, híjole, me cae que tú sí trabajas". Yo le agradezco el halago a mi hipocresía con una sonrisota que me brota directamente de la cáscara y que me sabe deliciosa. "Gracias, es que ando checando unos pendientes".

Apago mi máquina (y también mi computadora) y me marcho con la misma mirada que tenían "G" y "E". La fraternidad masculina, esa sociedad secreta que profesa la ayuda mutua y se remonta a los amaneceres medievales, ha florecido y una vez más se ha abrazado a sí misma. Todos somos compas, hermanos, masones. Yo no sé ni dónde viven estos dos y, sin embargo, nótese el monumental desinterés para conmigo.

"Cochinos, caldufos". Dos términos con los que a las féminas les conforta compactarnos cual si fuésemos una gran plastilina hormonal. Puede que tengan razón, pero habrá que reconocer que la elegancia, sutileza y generosidad de la gran logia masculina son loables. ¿Alguna damisela le dice a otra doncella "hermana" o "comadre"?

Los hombres, conocidos o extraños entre nosotros, jamás dejamos al prójimo desamparado. La sangre llama. No nos culpen cuando, en realidad, esta fraternidad (y sus acciones) se sublima gracias y sólo gracias a ustedes, hermosas mujeres.

Los abraza desde las entrañas y sin cáscara... el Señor I.

Monday, July 9, 2007

52 años


Éste va dedicado a Cristóbal Colón, a Xavier López "Chabelo" y a Gustavo Pedro Echaniz, ya que estos tres personajes han sido apodos que durante años el zángano que escribe le ha colocado a su sacrosanta madre.

"¡¡¡Quéeeee!!!, no manches. ¡¿Así le dices a tu mamá, grandísimo irrespetuoso?!". Sí, así es. Todo ha ido conforme a los cortes de cabello que ha usado mi mamacita linda, pero ya lo explicó mejor mi papá alguna vez: "Lo peor es que a Rocío (nombre verdadero de mi madre) le fascina que éste la vacile y le ponga apodos".

Si mi progenitora me soporta es porque se ríe con mis bromas pesadas, y si se ríe con mis bromas pesadas es porque, amén de mis hermanos, desde el cascarón me propuse ser el consentidote. "¡Oye mamá, pero Luis hizo lo mismo y no lo regañas!", decía mi lindísima hermana Lawrence cuando niños. "¡Mamá, pero a Luis sí lo dejas hacer esto y lo otro y a mí que ni se me ocurra porque ufff, así me va!", fue un posterior reclamo de Alex, mi hermano menor.

Y a mí me mataba de la risa que ella les contestara con una elegantísima frase: "A todos los trato igual y a él también lo regaño"… Apoteósica respuesta, monumental. Madre, te quiero por hacer de mí un "consen" recalcitrante. El que jamás lo hayas admitido es otro asunto. Atesoro tu ruidoso silencio.

Pero proclamarme "consen" (término requetecajeteante para los dos querubines que tengo por hermanos) me costó mucho. Ya puedo oir a Lawrence leyendo esto y diciendo "Hijo del mal. Espérame mi'jita, que estoy leyendo a tu tio y es un cínico".

No me importa. Pagué tributo... y con sangre. Hubo dos episodios en mi niñez que colocaron suficiente dosis de sufrimiento para, al final, convertir al marinerito, segundo de la tripleta de hijos, en el capitán de los ojos de mi madre.

1) Inicios de los 80. Mi mamá lleva agarrada de su mano derecha a mi hermana Lawrence (versión de cinco años y menos morenita que en la actualidad), y en la izquierda trae dos objetos: un caballito de madera y yo (versión tres años y con mi mismo tono leche descremada de la actualidad). En fin. Bajamos los cuatro personajes con algo de dificultad por las escaleras de nuestro entonces edificio cercano a Viaducto cuando de pronto, un desliz. No sé quién pega un caderazo, da un paso en falso y saca de balance a mi madre. Ella alcanza a salvar a dos de tres, o sea, a la mayoría. Sujeta a mi hermana, agarra el caballito de madera y... Dios me acompañe en mi rápido descenso por los escalones. Ningún chavito ha dado tantos taconazos con su barbilla como yo. Acabo de hacer historia, pero esperen, que todavía no acabo de caer. Reboto en el descanso del piso dos y... un pequeño desbalance (¡no se quiten sus cinturones hasta que el vehículo se haya detenido por completo!), retomo el desplome. Sigo dando vueltas y zapateados con el mentón, la nariz y el occipucio hasta que, por fin, el muro del piso uno marca el desenlace de este lance que es el enlace de mi cabeza con un trance. Tengo míseros tres años y ya hablo ruso y eslovaco al mismo tiempo, con un ojo cerrado y el otro desviado. Parezco cíclope. Ni qué decir del implante de silicón copa DD que me crece en la frente. De lejos escucho la voz de mi mamá y de cerca la veo llegar dizque muy afligida con mi hermana en un brazo y el caballito de madera, botado de la risa, en el otro.

2) Mediados de los 80. Lawrence y yo estamos jugando en un pasillo del condominio de Rancho del Arco. Ella anda cante y cante alguna nacada de Los Chamos, mientras yo me entretengo con un balón. Según yo, tengo el control de las dimensiones del espacio, pero en un desafortunado sprint tras el esférico, veo lastimosamente que éste rebota en la pared y mis pies no bajan la velocidad. Alcanzo a observar el material de mi demolición y caigo en la cuenta de que no traigo cinturón de seguridad. Instantes después, intercambio banderines con el muro de tirol. Yo le entrego un tercio de mi boca y a mí se me obsequia la cantidad proporcional de hinchazón. Tengo labio leporino. Mi hermana Lawrence, antes que checar si tengo o no signos vitales, empieza a tocar el timbre como loca (parece que se está electrocutando). Y mi madre, entre la lavadora, la aspiradora, la llave del agua y su LP de Mocedades, tarda como dos días en abrir la puerta. Yo ya hasta me acomodé en el piso y me empiezo a divertir haciendo bombitas de sangre. Para cuando abre mi mamá, dizque muy afligida, mi labio está destinado a la aguja.

En fin. Pasados los martirios, el "consen" se consolidó en los años posteriores, desplazando incluso a los feroces caballitos de madera. Ahora me hace sombra mi sobrina Reni, pero entiendo que la babita del nieto opaca las arrugas del hijo.

Quise hablar de mi hermosa güerita de León, Guanajuato (chiiiaale) porque da la casualidad de que hoy cumple 52 años y porque justo por estos minutos, pero hace 30 años, estaba echando guayabín guayabesco con mi sacrosanto padre (¡sumen bien!, tengo 29 y cumplo en abril), con la intención de traer al mundo al que escribe.

Pero este zángano que le ha dado zapes, le ha metido el pie y la ha apodado "Chabelo" y "Colón", siempre le agradecerá haber hecho de la casa un hogar, haber puesto aromas agradables en la mesa que siempre espera a todos aunque ya no esté completa, y haberme dado refugio y una cálida caricia desde el primer tango que armé.

"Mi vida, pide por mi salud", me dijo hoy justamente. Sin duda, madre. Todos los días, y sin excepción, este zángano envía la plegaria.