Thursday, July 31, 2008

Cine mudo


Las discusiones nunca fueron mi fuerte, pero anoche hubo una intensa y de garganta. La longitud no se compara con la profundidad de la misma. Fue ríspida y dolorosa, especialmente para dos tipos que necesitan escucharse con menos volumen y mayor fidelidad.

Después... entrar en la computadora, escuchar música sin escucharla y seguir en línea un partido de mi equipo predilecto de beisbol que se extendió a 13 entradas, concretaron una terapia tan absurda... que resultó relajante. Increíble cómo puede uno quedársele viendo a algo durante horas y no captar una sola imagen. El pasado, lejano o inmediato, tapa la vista. Todo un estadio vibrando con un juegazo y yo como si fuera parte del cine mudo. Si existe el subconsciente, seguro que anoche lo alimenté para cuatro años. Probablemente en 2012 recuerde lo que vi.

Hay veces en que en el lodo mental se halla de pronto el brazo de una vivencia, el cadáver de un beso o los intestinos de un instante que dejó de ser importante porque nadie lo recuerda, porque el tiempo le echó tierra y porque la edad se encargó del resto.

14-12 terminó el partido, ganó mi equipo, pero siento que yo ni el empate conseguí.

Monday, July 28, 2008

Un Stonehenge de 135 centímetros


La historia me la contó mi doctora el sábado pasado y desde entonces he tenido jugueteando sus palabras en la mente. Hasta hoy.

La protagonista está contenida en un cuerpo pequeño y encorvado, de aproximadamente un metro y 35 centímetros de altura. De una anciana que siempre carga una libreta, se come las uñas y se queda mirando sus dedos de arriba a abajo para demostrar que en este mundo hay mucha calma y poca prisa.

Al menos dos veces por mes, ella llega al hospital y, sin hablar con nadie, se sienta en una de las sillas en las que se come angustia, se bebe incertidumbre y, a veces, se ofrece desesperación. Es la hilera de los asientos azules donde el ánimo suele ser gris. La fila de las sillas rígidas por cuya curvatura a la altura del coxis nadie reclama. Todo objeto de incomodidad se olvida con una buena noticia que se trague la espera y devuelva la vida.

Éste es uno de los poquísimos sitios en el mundo en donde hay más asientos ocupados por el hombre que le teme a la muerte que por aquel que nunca antes pensó en ella. Aquí la parca tiene precio y cuesta menos que las gomas de azúcar que se añejan en la máquina de golosinas.

Los que aguardan en esta sala pasan el tiempo con la cabeza agachada y sin quitar la vista del suelo porque alguien, en algún momento, les dijo que la muerte está muy por encima de todos. Pero la anciana, con todo y los tiesos árboles de invierno que tiene por brazos, suele mostrar un ánimo más primaveral.

El accidente que sufrió su hijo hace mucho tiempo, y el coma consecuente, han sido la excusa perfecta para pensar que 7 años de sufrimiento no son nada en comparación con 17 de alegría previa.

Su único síntoma de inquietud se ubica entre manos y dientes. Se come tanto las uñas que parece el comienzo de una historia de canibalismo. Por lo demás, ella es una roca, un Stonehenge de 135 centímetros que ha prometido cerrar los ojos hasta que su hijo abra los suyos.

Llega a suceder que los excesos de esperanza conducen a opacar la realidad, y a veces, no por que la luna ilumine demasiado la noche, llega a ser día. De hecho, han pasado 4 años desde que la anciana, en esa misma sala de sillas azules, cabezas agachadas y gomitas de azúcar, recibió la última de las noticias posibles en un hospital.

Aquella tarde en que le avisaron que su hijo acababa de morir fue la última en que ella habló en dicho lugar. Su respuesta se redujo a una mera queja de que las sillas incómodas de la sala de espera podían dañar su coxis.

Del corazón (o de sus pedazos)... no dijo nada.

Wednesday, July 16, 2008

Teotihuacán y Goldfrapp


Hay tres cosas que, en teoría, no deben realizarse entre semana: desvelarse, tener una charla con un amigo sin incluir el tema del sexo opuesto, y tomar café de modo excesivo (especialmente con cuatro horas de sueño por delante).

Anoche... mi hermano Roque y yo rompimos las tres reglas, sentados en el San Remo con la corbata a medio morir. Los tópicos que se estiraron hasta la madrugada fueron desde las conquistas de Alejandro Magno y las neuronas de Tales de Mileto hasta las razones de la decadencia de Guns N' Roses y el sonido sofisticado de Goldfrapp. No se habló de féminas.

Sin saber la hora, los dos meseros que quedaban en el pequeño establecimiento, ya vestidos con ropa de calle, dijeron que nos dejaban en nuestra casa. Eso debió suceder cerca de la media noche, cuando discutíamos sobre la misteriosa extinción de los teotihuacanos y la estructura de la Sainte Chapelle.

Y también sin saber la hora, ya cuando el paladar lo exigió, nos pusimos de pie y de manera arbitraria pasamos la barra de servicio y nos servimos cuatro porciones de frappuccino, jalando sin pena la máquina de café.

Por supuesto, cuando por fin partimos, le dejamos dinero en la barra al velador fantasma. Ocho años yendo al mismo lugar para no hablar de féminas y sí de historia y sí de música, merece mantener lo pésimamente llamado "buenas maneras".

En fin, ninguna plática tan provechosa y exquisita como la que carece de tiempo, de hilo y, sobre todo, de conclusiones.

Hay fuentes a las que les sobra agua y les falta mármol.