Monday, July 28, 2008

Un Stonehenge de 135 centímetros


La historia me la contó mi doctora el sábado pasado y desde entonces he tenido jugueteando sus palabras en la mente. Hasta hoy.

La protagonista está contenida en un cuerpo pequeño y encorvado, de aproximadamente un metro y 35 centímetros de altura. De una anciana que siempre carga una libreta, se come las uñas y se queda mirando sus dedos de arriba a abajo para demostrar que en este mundo hay mucha calma y poca prisa.

Al menos dos veces por mes, ella llega al hospital y, sin hablar con nadie, se sienta en una de las sillas en las que se come angustia, se bebe incertidumbre y, a veces, se ofrece desesperación. Es la hilera de los asientos azules donde el ánimo suele ser gris. La fila de las sillas rígidas por cuya curvatura a la altura del coxis nadie reclama. Todo objeto de incomodidad se olvida con una buena noticia que se trague la espera y devuelva la vida.

Éste es uno de los poquísimos sitios en el mundo en donde hay más asientos ocupados por el hombre que le teme a la muerte que por aquel que nunca antes pensó en ella. Aquí la parca tiene precio y cuesta menos que las gomas de azúcar que se añejan en la máquina de golosinas.

Los que aguardan en esta sala pasan el tiempo con la cabeza agachada y sin quitar la vista del suelo porque alguien, en algún momento, les dijo que la muerte está muy por encima de todos. Pero la anciana, con todo y los tiesos árboles de invierno que tiene por brazos, suele mostrar un ánimo más primaveral.

El accidente que sufrió su hijo hace mucho tiempo, y el coma consecuente, han sido la excusa perfecta para pensar que 7 años de sufrimiento no son nada en comparación con 17 de alegría previa.

Su único síntoma de inquietud se ubica entre manos y dientes. Se come tanto las uñas que parece el comienzo de una historia de canibalismo. Por lo demás, ella es una roca, un Stonehenge de 135 centímetros que ha prometido cerrar los ojos hasta que su hijo abra los suyos.

Llega a suceder que los excesos de esperanza conducen a opacar la realidad, y a veces, no por que la luna ilumine demasiado la noche, llega a ser día. De hecho, han pasado 4 años desde que la anciana, en esa misma sala de sillas azules, cabezas agachadas y gomitas de azúcar, recibió la última de las noticias posibles en un hospital.

Aquella tarde en que le avisaron que su hijo acababa de morir fue la última en que ella habló en dicho lugar. Su respuesta se redujo a una mera queja de que las sillas incómodas de la sala de espera podían dañar su coxis.

Del corazón (o de sus pedazos)... no dijo nada.

22 comments:

Anonymous said...

Chale, 3 años ilusionada y 4 sin aceptar la muerte de su hijo, qué fuerte, que impresión que no se lo permita. Y seguramente si llegara un médico a decirle que ya no vaya, ella seguiría yendo. es aferrarse, aferrarse y aferrarse mas allá de la vida.

Flais said...

Ironías de la vida, qué puede ser más doloroso que perder en vida a un ser querido… ¿la espera?, ¿la incertidumbre?, ¿tu agonía?. La vida es incierta y por ende las reacciones de la gente se vuelven un tanto bipolar. Y sí lo único cuerdo en esos momento es pensar en que la espera además de larga podría también ser dolorosa físicamente. Buen relato y más ahora que me he pasado muchas horas en esas sillas de hospital, me da por pensar que una opción es cargar un cojín.

Anonymous said...

Todos en mayor o menor medida, a veces nos negamos a ver la realidad. Y seguro no hay una peor que la de enfrentarse a la muerte de un hijo.

Probablemente para ella, es mejor vida, esa: la de las sillas azules, la que está fuera de la realidad, esa donde no tiene que lidiar con el dolor provocado por la muerte, esa en la que todavía espera a que su hijo abra los ojos, que la de entender y aceptar que ese hijo a quien tanto extraña, ya no volverá.

Anonymous said...

aaaaahhhhh!!! y mejor escribe cosas bonitas, no cosas tristes!!!!!!! :P

Anonymous said...

Dice un viejo dicho que los padres nunca deben enterrar a sus hijos y coincido con eso... no creo que haya algo más doloroso que ver morir a un hijo. Es algo que no se le debe desear a nadie...
La verdad que escribiste sobre una historia triste mi querído Luis, pero que en lo personal me hace reflexionar.

Anonymous said...

Ojjjj, no mames. qué duro

Anonymous said...

Dicen que algo de lo poco maravilloso que puede ofrecer la muerte, es que nos ayuda a valorar la vida. Quien ha estado en una sala de espera en un hospital esperando que lleguen las noticias y rezando a que no sean trágicas, puede entenderlo.
Gran historia bro... para valorar a los que todavía despiertan, aunque a veces no queramos verlos.

David el Terrible said...

Uts, me quedé helado al final. pensé que sería una bonita historia de esperanza y sale con que falleció.

Anonymous said...

Qué triste. y también la parte de que ella esperaba que su hijo despertara para ella cerrar sus ojos.

DEVA said...

Te pasaste Carrillo, me quedaré todo el día con un sentimiento extraño en el pecho. Un trago amargo... o no...

Anonymous said...

Perder a un hijo debe de ser lo más doloroso del mundo, es anormal, va contra todo lo establecido, qué horror

Anonymous said...

No hay nada peor que el no aceptar las cosas por más duras que éstas sean. No hay nada peor que las cosas que no se pueden aceptar por más veras que sean. No hay peor que darse cuenta que en la vida es imposible esquivar alguna de estas realidades.

Anonymous said...

Insisto, eres muy bueno con la narrativa. El libro, el libro, el libro.

xosean said...

Rebelarte contra la realidad y crear tu propio mund, puede parecer una salida absurda, pero es menos dolorosa, sobre todo cuando hay penas que usan el tiempo como combustible, que no se apagan. La cordura y concienca absolutas no existen y el que llega a tenerlas, inmediatamente enloquece y se destruye.

Anonymous said...

llegador, de suspenso. Ya creo que estás listo para escribir algo que se venda en Ghandi. Gran post.

Anonymous said...

Simplemente terrible: Penélope. Una historia durísima. Pena combinada con demencia senil.

El dolor obnibula todo, empezando por la razón.

Anonymous said...

No me estás choreando verdad? Qué duro.

Anonymous said...

Definitivamente, en la vida hay cosas que no son faciles de aceptar... Y es dificil aceptar eso tambien.

Anonymous said...

Por cierto, yo conozco tambien a una viejita, pero de 9 cm. Luego te la presento, Luis.

Anonymous said...

¡¡qué chiquita Paul!!, me imagino que te es dificil de aceptar eso... luego yo te presento otra pero de 9 pulgadas...

Ricardo Otero said...

Hay gente que no se supera. Va a sonar a lo mejor poco sensible, pero dudo que al hijo le gustara ver a su madre así, creo que hay mejores maneras de honrar a un difunto. Pero bueno, es mi opinión.

El sótano binario said...

Chale.. Ayer una tipa me contó que es bipolar y que tiene alucinaciones. Ahora esto…
Por más triste que sea la historia, me gustó mucho tu post.
Aceptar o no que tu hijo esta muerto desde hace 7 años no es fácil, sobre todo si el cuerpo sigue.
Por eso hay que disfrutar la vida, porque sólo dura dos segundos.