
Miguel Larrauri me lo planteó así: "Si quieres otro tatuaje, que te lo haga el 'Chai'. Él es tu hombre".
En 2004 me hice una cruz y un Ohm en los extremos de la columna vertebral, pero recientemente mis ansias aumentaron y, como todo defeño que requiere coros para llevar gallo, le metí suficiente paella en la cabeza a mi compadre Luisma para que también se tatuara. No lo obligué. Él pertenecía, hasta hace rato, a ese 95% de fresas que siempre han pensado en rayarse, pero que ignoran si en esta vida encontrarán el diseño (valor) para hacerlo.
Desde la semana pasada fuimos al santuario del rayón, acompañados por alguien con más valor que la suma de ambos (Mara). Desde entonces, Luisma reflejó que cumpliría su promesa de anclar un signo asiático a su tobillo (ni que tuviera los pies de Mercurio). Apenas entró al changarro, lanzó un aseado "buenas tardes; provecho" a la tribu de gañanes que rendían culto al "Chai", quien, al estilo de Toro Sentado, mordisqueaba un taco de cecina con cilantro que hacía más místico el entorno. Obvio, nadie le contestó a mi cuate. Esa prosa estilo llegada a fiesta del Pedregal equivalía aquí a despedirse de una pirus travesti con un "Te agradezco estos momentos, princesa, ¿cuánto te debo?".
El "Chai", a quien según yo vi en "Apocalypto" persiguiendo a un jabalí en la selva, escuchó nuestras ideas, hizo la conversión de agujas a pesos, y puso fecha: "Les sale en 500. Los veo el sábado a las 3. Contigo me llevo unos 25 minutos y contigo... tardo menos, unos 25". Todo un tlatoani.
Con su tobillo y mi antebrazo listos, y acompañados por Mara y mi gran amiga Gabs, hoy regresamos a los dominios del "Chai", en cuyas paredes sólo falta una cabeza de puerco en una pica. A las 2:50 atravesamos la puerta y, ahora sí, un Luisma más rudo saludó como se debe: “Qué onda güey”. La tribu le respondió al unísono.
“¿Listos?”, se oyó a lo lejos. Era la voz del jerarca, quien emergía con un peinado a la italiana que me hizo recordar a Luis Miguel en el “Segundo Romance”, pero en la edición kilográmica y no bronceada, sino tatemada. Luisma, con el maxilar entumido, pasó un buche de saliva y cinco minutos después, estaba en la tablilla de ejecución con su piernita derecha depilada y recibiendo nueve agujas por segundo. Entró en un coma visual en el que nos percibía a los demás en cámara lenta y en blanco y negro.
Acabó su picoteo y a las 3:15 me preparé para darle matarile al maricón con todo y esa humedad en la entrepierna de la que hablaré en mis memorias. Iba ya al encuentro con una avispero de agujas hasta que (¿por qué no?) a Mara se le ocurrió hacer un examen de 67 preguntas al “Chai" para ver si la convencía de rayarse. 20 minutos de amena plática entre Toro Sentado y mi mujer, y yo, como edecán de Corona a un lado de ellos. Gabs me aconsejó paciencia, así que invertí el tiempo en calmar a mi antebrazo y en decirle, como mi madre hacía conmigo, que sólo iba a sentir un pellizquito porque “nada se compara al día en que te parí, mi vida; eso sí es dolor”.
Concluida su tertulia, tomé asiento y apoyé mi brazo en una base acolchonada. Y luego… a mirar dos puntos en el firmamento: un enternecedor cuadro de “Scarface” y una pomada que decía “Para dolores extremos, Sabitine”. La caja era naranja, pero a veces, no sé por qué, se hacía roja y luego morada y después multicolor. Tras 15 minutos, un reloj de arena abstracto, hecho a modo de pinceladas, saldaba mi encuentro con el gordo.
Pero quien se robó la tarde fue Mara. Se armó del más inaudito grado de valor, y se quedó descalza para que el “Chai” le hiciera no una, no dos, sino tres mariposas… ¡en el empeine!. Y luego con las salomónicas palabras del tatuador de “Si gritas, nomás no te muevas”, pues ahí les encargo.
Mientras Luisma fue el acompañante incondicional de mi norteña, Gabs y yo fungimos como los trozos simétricos del mexicano sacatón al alarido ajeno y decidimos ir a la farmacia a buscar pomadas, paletas de chocolate y, si se hubiese podido, una patineta y un tix tix también (con tal de hacer más tiempo). Al volver, Mara parecía haber parido dos gemelos de 5 kilos cada uno. Resopló y resopló hasta transformar el peinadito napolitano del “Chai” en el look más maradoniano de Jorge Falcón.
De la salida de ese lugar a este instante no recuerdo mucho, sólo que comimos entre risas en casa de Gabs y Luisma, que la lasaña estuvo deliciosa, la plática excelsa y el vino exquisito.
Y el brindis, por supuesto, en todo lo alto y a la salud del “Chai”, gordito purasangre que nos llevó del terror puro a la versión placentera del martirio corporal… y sin teflón.