Hijo adorado:
Escribí esta carta el 18 de octubre de 2013, apenas 24 horas antes de que naciera tu hermana menor. Quise hablarte justamente en esta fecha en que vivimos los últimos momentos como familia de tres, un nido que ha sido especial y hermoso, una fórmula que ha cautivado a tu madre y a mí y que, sin exagerar, nos ha convertido en los seres más iluminados del mundo. Porque es así, desde hace poco más de dos años, nos has iluminado, bendecido, ungido y remojado en aguas de felicidad.
Desde tu cuna, desde tu cuarto de juegos, desde tus escondites y tu lugar preferido en el parque, has proyectado un nuevo tipo de vida para nosotros. Nos has hecho ver la vida "color domingo", ver la esencia del mundo, palpar el fondo, gozar lo auténticamente importante, lo básico, lo valioso, lo sagrado. Algo como tú. Un ser sagrado e iluminado. Y que contagia.
Eres felicidad viral, eres sensación permanente de optimismo y, al menos yo, me siento abrumado por verte a diario como un ser al 100% de intensidad y vitalidad. En apenas dos años me has enseñado mucho más de lo que yo a ti. Sin que lo sepas, he soltado lágrimas mientras duermes. Nada malo. Han sido lágrimas de felicidad. No he podido dejar de agradecer a Dios lo que nos ha regalado a través de ti. Has sido espectacular, así de simple.
Hoy me veo pleno, me agoto en la sonrisa y me consumo en un beso o un abrazo tuyo. Me siento anclado a ti y despegado del mundo que conocí antes de que nacieras.
Han sido los dos años más brillantes y soleados de mi vida, ahora proceso mi existencia a través de la ocurrencia y la peripecia. Ya no planeo tanto, ya no tengo tantos sistemas alineados a un calendario. Ahora aprendo de ti y de tu forma de ver la vida. Ahora dejo que se me cruce en el camino un helado de fresa y me emociono otra vez cuando pasa un avión y vuela de manera espectacular, así, majestuoso, ruidoso, fuera de dimensión.
Había olvidado que uno puede jugar con su sombra, había relegado la fuerza que tiene el brillo de la luna y había dejado de pisar charcos. Nunca dejó de ser divertido, simplemente... dejó de ser. Yo mismo dejé de ser.
Tú eres mucho de lo que yo dejé de ser. Pero ahora... tú vives y así yo revivo. Con tu ayuda y sonrisa me recupero a mí mismo. No eres complejo, no eres conflicto, eso lo practicamos quienes dejamos de ser niños, hace algún tiempo.
Gracias a ti me he desenterrado de la arena que dejé caer sobre mí en los últimos 30 años. Duermo menos, pero juego más. Descanso menos, pero me divierto más. Ya no soy tan joven, pero soy mucho más feliz. Me has enseñado a cantar mientras camino y a echar agua al peinarme. Ni qué decir del poder de una litera: el mundo se ve chaparro.
Contigo comprendo ahora que la noche del martes es tan amena como la mañana del sábado. Y también sé que cinco minutos más de juego son una carrera emocionante contra el envejecimiento. Tú vacías el tubo de energía, no guardas nada, por eso duermes así, por eso eres rigurosamente feliz.
Para encontrar la dicha, sé impuntual, deja que llegue tarde o temprano. No dejes de utilizar tu sonrisa, sirve para mucho más de lo que crees. No dejes de mirar aviones, no dejes de buscar lagartijas, no dejes de explorar. Si buscas luciérnagas, un día hallarás un abejorro del tamaño del sol.
Y nunca dejes de ser noble. Algún día te toparás con la más grande felicidad que puedas imaginar: tu propia familia, tu mujer, tus hijos, tus "Rodrigos". Para entonces, espero, yo seré sólo un orgulloso padre y un dichoso abuelo.
La única forma en que te ganarás el mundo será conservando lo que eres hoy, a tus dos años de edad: un ser de luz, una mirada curiosa, una sonrisa perpetua y un pequeño hombrecillo con el corazón del tamaño de un dinosaurio.
Eres esencial, eres sustancial. Dedícate a crecer en cuerpo y a alimentar el alma. Sigue siendo contundente y decidido, y especialmente, no le des vueltas a las cosas, mejor dale muchas vueltas a los parques, a las ciudades, al mundo, a la luna.
Te amamos tanto como tú amarás a tus hijos... algún día. Cuando duermas menos y te diviertas más.
Papá.