
El desenlace de 2009 parecía un espiral hacia el infierno y en verdad la pasé mal. Equivocación tras miseria tras desliz tras debacle tras un falso renacer. Un mundo deshecho y entercado en lo que no tenía perspectiva.
Anoche, no tantos meses después, me sentí más fuerte que nunca... con el mismo cuerpo, las mismas manos y el mismo Dios. Supongo que cumplí aquella fantástica máxima de Into The Wild que implicaba que lo más importante no es "ser fuerte", sino "sentirse fuerte". Y bien, eso fue. En ocasiones y sin aviso llega el día en que el esternón es un roble y los ojos observan en línea recta, como si estuviesen a punto de lanzar rayos. Sucedió ayer y a poco estuve de convertir en polvo los edificios que me quedaban en rango y distancia. Con la mentada sonrisa me tragaba esta rebanada de planeta.
Desde el sexto piso, el último del edificio, me sentí arriba en altura y esencia. No busqué la luna porque con lo visto era suficiente, estar encendido no requiere luces, estar a tope no implica motivos. Se notan en pleno las diferencias entre ser y estar.
En uno de los cuartos contiguos colgaban una sobre otra junto a otra y debajo de otra casi 30 charlas con mis personajes y bandas favoritas, con quienes he hablado de 2008 a la fecha. Ambición más que proeza. Aventura más que ocurrencia. No he recibido ayuda, me lo he construido yo solo. Es un muro hecho con mis locuras y obsesiones más rítmicas y anheladas que guardaré hasta viejo. Cada que las miro experimento dos sensaciones: la mía y la de mi orgullo. No me culpo en aplaudirme, todos lo hacen (mi culichi argumenta que me vendo muy bien), y ahora más que una de mis más soñadas entrevistas podría cristalizarse en febrero.
Y en la otra habitación... mi mayor orgullo, sí, la damisela que sí es proeza pero ante la bendición que llegó de modo inesperado en la hora más oscura, la madre de mi bebé. Desteñida por el cansancio de un lunes que, además, no considera el andar con dos cuerpos al aire, me sigue deslumbrando a cada instante. Si mi bebé duerme en su interior 16 de las 24 horas, eso no resta peso ni agotamiento, pero tampoco ternura. Por eso la miro hermosa, refulgente, coqueta, blanquecina e inacabable. La esfera que le brota del vientre es la cápsula en la que ha llegado mi astronauta, proveniente de una galaxia en la que su madre y yo nos volvimos padres de golpe al tocarnos apenas por segundos para crear vida por años. Inconsistencias matemáticas.
Sentirse fuerte, sentirse fuerte. Una noche de lunes en la que los únicos nubarrones han volado muy lejos de acá.
Dios da, Dios sabe.