
"Abue, estuve alejado, lo siento. Me mantuve enfocado en reconstruir mi vida".
Fueron las primeras palabras que le dirigí a Carmela tras varios meses de silencio. Y la anciana comprendió sin atarme a mayor cuestionamiento. Viejos conocidos, añejos compinches que nos arrojamos cataratas de entendimiento y cascadas de gusto al platicar.
Como siempre ha sido, vistió el saludo con un agradecimiento y su caricia hablada pronto borró cualquier lamento por no saber de mí en todo el año. Había más cariño que distancia en estos minutos por teléfono, menos reclamos y más alegría que tristeza.
La madre de mi padre persiste sabia y con el oído más pulido de la historia. Dio las pausas, me permitió explayarme para ponerla al día y colocó los "sí" y los "no" en los momentos indicados. Nunca antes. Luego vino su pensamiento preciso y de pocas sílabas, sin darle vueltas ni ponerle merengue al hecho. Si sus palabras merecieran papel, serían manuscritos exquisitos.
Si bien se lamenta la distancia que se abrió entre ambos por vivir en diferentes ciudades, sigo festejando la diseminación de su crítica y su ser directa para moldear con objetividad a un nieto que aprendió a cuestionar todo y a crear resistencia con respecto al amor. Para ella, es simple: "si sonríes... estás con la persona correcta". Ya luego agregó un poco de pueblo: "Debe ser una reina esta chiquita". Y yo intenté polemizar: "Pero tiene su carácter...". E interrumpió... "¿La querías muda?".
La abuela es un manantial de sonidos agradables. Incluso, sus silencios son pedagójicos. Y en esta vida, en este mundo, cualquiera que se gradúe en boca cerrada es, con seguridad, un vertebrado calibrado, feliz.
A sus 87 años, me sigue escuchando como lo hizo a sus 70 y a sus 75, época en que la fulminé casi cada tarde, y en su cuarto de TV, para explicarle los avances de mis amores. Misma claridad, mismo discurso. Siempre describiendo el mundo que uno merece ver e ironizando sobre el mundo muy visto: "Si las mujeres somos complicadas de origen, sé siempre tú la parte fácil".
Y, claro, concluyó con su deseo de otras veces: ser bisabuela por culpa mía y no por la de mis primos.
El resultado de esta cita telefónica con Carmela es otra cita.
Pronto.