
Debe ser una de las travesuras más disfrutables en la vida.
Te despiertas de madrugada por culpa del insomnio, y te quedas viendo a quien sigue entre sueños. La miras, la contemplas a hurtadillas y hasta te acercas un poco para comprobar que no anda mirando por la rendija de un ojo. Compruebas que duerme más profundo que un borracho y, entonces sí, a estudiar el rostro con todo el tiempo del mundo. Sobran minutos y sabes que podrías hasta bailar sobre su pecho.
Entre las 3:30 y las 4:30 de la madrugada, el mundo es un planeta diferente; tiene otro color, otro aparente espesor, suena distinto y se siente alterno. Te permite convertirte en su amo, porque nadie te habla, nadie te atosiga, nadie te ordena ni te dice qué ver y qué no. Eres único en la inmensidad y miras a través de la ventana para comprobar que las pocas luces del horizonte son las muchas razones para disfrutar el momento. Como éste... hay muy pocos en el mundo actual. Así que a gozarlo. No todos los insomnios son desesperantes.
Me le quedé viendo a ella e invertí mi tiempo provechosamente. Entendí que se le enchueca la cara con la almohada porque nadie la enseñó a dormir con glamour. Atestigüé que la pose mamuca la dejó guardada en el clóset y del resto se encargó su cansancio. Es una niña al dormir.
En breve despertará y se dará cuenta de que hay un hueco en la cama. Me dirá algo y volveré al mundo de los usuales que duermen de noche y viven de día.
Pero, a veces, vivir de noche y mirar todas estas cosas de cuerpos quietos, bocas chuecas y respiraciones relajadas... cura.
Colofón: la travesura sólo se completa si el duende deja algo fuera de su lugar y si regresa a la cama y logra meterse en las cobijas sin ser sorprendido. Aquí voy.