Date: Tue, 12 Jul 2005, 13:48:41
From: robpiccini@yahoo.es
Subject: Desde Canarias
Queridos amigos:
Nos causó gran alegría recibir noticias de ustedes y saber que todo sigue siendo "miel". Así debe ser para siempre.
Tuvimos que adelantar nuestros planes de vacaciones, ya que en julio y agosto ¡nos convertiremos en abuelos!, así que nos fuimos a un crucero por el mar Adriático, desde Atenas hasta Venecia, visitanto las islas griegas y Dubrovnic. Una maravilla, muy recomendable.
Ya para octubre, viajaré a Argentina para ver a mi madre. La ida a vuestro querido México lo tendremos que dejar para más adelante, pero como le digo a Viviana, tampoco mucho más. Así que esperamos que ustedes se decidan antes a hacer ese periplo por Europa y Canarias, o por lo menos Canarias, y así poder vernos finalmente. Con nuestros mejores deseos, los abrazamos.
Roberto y VivianaComo indica la fecha, recibimos este correo hace casi 4 años, tiempo que he conservado a salvo el texto en uno de mis folders extrañamente titulado "No arrumbar".
Conocimos a esta pareja de argentino y española durante nuestra luna de miel, en diciembre de 2004. Fue en el hotel "Del Glaciar" de Ushuaia, mientras un grupo de vacacionistas aguardábamos en el lobby un trayecto en barco de seis horas que nos llevaría a descubrir una isla de pingüinos, una de las atracciones más célebres de la también llamada "Tierra del Fuego".
"¿De dónde son?". Roberto rompió el silencio tras un rato de mirarnos desde uno de los sillones. Mara, con su particular facilidad para charlar, requirió no más de 5 minutos para explicar nuestra procedencia, apellidos, edades, signos zodiacales, pérdida de nuestro equipaje cortesía de Varig, familias, trabajos y motivos generales que nos llevaron a casarnos y a desembarcar en la Patagonia (previamente Calafate y en puerta Bariloche).
Media hora más tarde, abordamos el barco en compañía de estos dos, quienes celebraban algo así como 40 años de casados. Sí, una extraña especie en extinción que no concebía su longevidad matrimonial ni como una cadena perpetua cuyos números de preso están tallados en los anillos, ni como un tipo de envejecimiento asistido. Ellos lucían felices, así que había que mirarlos bien, olerlos bien y escucharlos todavía mejor. Él... un tipo de anchos anteojos, peinado hacia atrás, fajado con simetría y dando esa idea de ser impecable en todos los sentidos. Ella... con aparente carácter fuerte, pero risueña, de espalda firme, ojos pequeños, piel pálida y dientes alineados.
Dicen que las caricias corrigen, mitigan y arropan, así que, a lo largo del viaje rumbo a las heladas pingüineras, la mano de Roberto no dejó de calentar las mejillas de su mujer, menos expresiva, pero nunca indiferente. Ella esbozaba una sonrisa lo suficientemente elocuente como para confirmar que cada quien tiene sus métodos y unidades de medida. Cotizando, 25 caricias de Roberto equivalían a un beso de Viviana. Y así se entendían.
Al llegar a la isla de los pingüinos, comprendí que aquel día, además de apreciar a mi animal favorito, sería de enseñanza pura. La explicación de un guía sobre la forma en que estos animales conciben a su pareja empató con los consejos que me daba Roberto, enfatizando que una relación tiene algo de farmacéutica. El "oficio" permite conocer las dolencias y los secretos del cónyuge, y ensayar remedios. Las lágrimas recrean las antiguas "gotas cordiales" del boticario, destinadas a incidir en el corazón y a repararlo para seguir adelante. Si un pingüino extravía a su pareja, la buscará de por vida. Una digna encomienda, especialmente en los tiempos en que tener éxito en pareja está en desuso.
En el retorno a Ushuaia, sentí el habitual mareo porque mi estómago suele pagar caro mis sugestiones al viajar sobre agua. Roberto me distrajo hablándome aún más sobre sus 40 años al lado de la mujer de los dientes alineados. Mientras, en la proa, Mara y Viviana desmenuzaban a su estilo el otro lado de la ecuación.
Al llegar, y con esa paradoja de helarnos en plena "Tierra del Fuego", la noche inspiró una invitación a cenar. Roberto nos pidió ignorar el menú y garantizó la mejor merluza negra del mundo. "Si me permiten...", dijo. Y le permitimos.
Promesa cumplida, delicioso manjar y una plática que no por ser la última fue menos nutritiva. Mi mejor forma de responder a las palabras de aquella veterana pareja fue soltar el tenedor por impulso y tomar la mano de Mara. Luego le apretujé los dedos, como expresándole vía epidérmica: "Tenemos cenando frente a nosotros 'la meta', aunque esté en desuso llegar a ella". Me contestó con un beso en la mejilla que no he olvidado.
A la mañana siguiente, minutos antes de dejar el hotel, nos tomamos la única foto que tenemos con Roberto y Viviana... justo en la orilla del continente. Después mantuvimos comunicación binaria México-Canarias durante meses, pero desde aquel martes de julio de 2005 no hemos tenido noticias de los distantes abuelos.
Tal vez sea conveniente ir a buscarlos algún día. Al fin y al cabo, tras haberlos hallado en el fin del mundo, no debiera ser difícil la segunda expedición.
¿Será que Roberto extravió a Viviana y, cual pingüino, no responderá hasta que la haya encontrado?