Tres cosas puedo decir de mi hermana: le gusta al 80 por ciento de mis amigos, cree que todos los peinados le quedan bien y siempre está ocupada en y por la familia.
De niño, jamás visualicé a mi hermana como mamá, y hoy no la visualizo de otra manera. Está anclada a su pequeña, dígase mi sobrina Reni, a quien considero la adolescente más pequeña del mundo con sus 5 años de edad y su profunda predilección por la ropa en detrimento de cualquier juguete.
Esta noche, poco después de las 10, se habrán cumplido 32 años de ser la morenaza, la risueña, la mamá-hermana, 32 años de no tener boobies y de ser "la mayor" de los hermanos. Y no sólo porque su semblante la haga parecer nuestra tía (varios me creen cuando saco ese chiste), sino por la mezcla de responsabilidad y pulcritud con las que maneja cada problema. A eso le agrega unas gotitas de sentimiento y un poco de drama. Pero la entiendo. Si no fuese así, los hermanos pareceríamos atracciones de museo, con una capacidad singular para no expresar. Mi hermana Lawrence, para eso y para creer que canta bien, se pinta sola.
Otra virtud de la cumpleañera es la de valerse de un extraño tono afresado para dirigirse a mis amigos: "Hola niñooooaaaa....". Ignoro si con ese arqueamiento de acento y ese caderazo de voz pretende dejarnos a los otros hermanos como los zapotes mixtecos de la familia. Ahora resulta que muy popis, ¿no? Pero valga aclarar que esta mujer de la espalda recta, irreductible y a veces hasta elegante no lucía erguida cuando jugábamos "quemados" en la calle de San Gabriel, allá por 1988. La gracia de mi hermana en su versión niña le alcanzaba entonces para ser la única de la bola de amigos que ofrecía rodillas ensangrentadas y raspones en el mentón a cambio de no ser tocada por los pelotazos y, en consecuencia, ser "quemada". Cuando alguien iba a lanzarle la pelota, ella echaba brazos atrás para agarrar impulso y, tres segundos después, volaba por los aires para finalmente quedar depositada en a) el cemento aceitoso de la casa del vecino mecánico, o b) la defensa del Spirit azul de otro vecino que nunca supo a quién pertenecía el cachete marcado en sus fierros. No era cachetada, era cachetazo. Y lo peor es que nunca la reconocimos como la campeona en "quemados".
Flaca siempre ha sido. Es mamá y le resulta anecdótica la idea de que una mujer nunca recupera su peso después de pujar por última vez para parir al chamaco. Lo más gordo que tiene es la convicción de que a todo mundo se le debe enseñar a ser mejor. Si pudiese, iría al infierno a leer el evangelio, y no por mocha, sino por terca y contreras.
Siempre fue tan recta que, mientras yo negociaba con el cartero para que no llegaran las calificaciones a casa, ella claudicaba en la fechoría y terminaba confesando a mi padre su 5 en historia, con su consecuente mes de castigo. Nada le dolía tanto como no poder salir a la calle a eludir pelotazos y ensangrentarse las rodillas.
Y en cuanto a hombres, desde muy chica la vi reír y llorar por Alfredo, un amigo de esa calle de San Gabriel que solía presumir sus pantalones arremangados y un copete tan largo que podía morder. Con esta escena, aquel compadre volvía loca a mi hermana. Greña larga en el frente y el rape a los lados. Resultado: mi hermana nacía a la vida hormonal.
Y fue el mismo Alfredo el hombre que le provocó el primer gran llanto intersexual a Lawrence. Mi padre nos avisó. Creo que fue sábado. Salimos a la calle corriendo y vimos una ambulancia que se dirigía a la clínica 32. Diez minutos antes, un hematoma se le había empezado a dibujar a Alfredo en la cabeza porque 12 minutos antes, jugando, se había trepado en el cofre del carro de su primo y, en una vuelta, se había resbalado, dejando caer su cabeza exactamente en el filo de la banqueta. En enero de 1989, escuché por vez primera a mi hermana llorar a mares por alguien, quien por desgracia falleció aquella tarde.
Hoy, la mujer que a las 10 llegará a 32 años, sigue llorando por sus seres amados. Y por esas lágrimas que nos dedica a menudo, hoy le ofrezco reconocerla por primera vez en la vida como la gran campeona en "quemados".