
"Felipe cae sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo Negro que cuelga del muro de su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su Corona de brezos montada sobre la peluca enmarañada. Aura se abrirá como altar...".
Éste es un fragmento de la novela "Aura" (de Carlos Fuentes) que el entonces secretario del trabajo Carlos Abascal subrayó e hizo llegar en 2001 a la dirección del Instituto Félix Rougier, enojado porque su hija, quien cursaba tercero de secundaria, hiciera esta lectura a petición de su maestra de Español, Georgina Rábago. En pocas palabras, desde la óptica de Abascal, esta profesora "pervertía menores".
Yo me enteré porque fue uno de los escandalitos de aquel año, pero estaba más ocupado en otras cosas que en darle seguimiento al pleito de la "Miss" y al boom comercial de "Aura". Yo juraba que, para entonces, Carlos Fuentes ya debía estar echándose una copita de vino (y algo más) con la maestra para contratarla como cabeza publicitaria de sus obras subsecuentes, pues las librerías no se daban abasto. "Estoy tentado a darle el 10% de mis ganancias de 'Aura' a Abascal por ser mi mejor promotor", declaraba Fuentes.
Pues bien, el 2001 terminó. El secretario del trabajo, abucheado por la mitad del País, no logró quemar a la maestra Rábago en la hoguera, pero al menos consiguió que fuera despedida de la escuela de su hija.
Días después, ¿saben dónde apareció la profesora expulsada? En el jardín de mi casa, pues a mi buen amigo Ariel se le ocurrió llevarla a una fiesta mía.
Abrigo negro, lipstick vampiresco, cabello morado casi negro, mayor que yo por un año. De botepronto, a la señorita de lo "moralmente inadecuado" no le localicé tintes peligrosos, mucho menos pensé que era ese estandarte de la lujuria que el secretario del trabajo instauró en el inconsciente colectivo de la época. De hecho, mi inconsciente individual me dijo que debía invitarla a salir. Pero ella se me adelantó.
Ariel me aconsejó llevar el partido con ella como lo hace un abanderado de futbol (desde afuerita y en silencio) y no establecer un vínculo serio con la Rábago. A este consejo le hice caso en un 5% y, por ende, las consecuencias se reflejaron en el 95% restante.
Dos meses y medio de relación, tres problemáticas salidas al Worka (porque la fémina no entendía que no íbamos al bar del Pirulí y que por ende las dos colitas en la cabeza estaban prohibidas en el manual del cadenero del antro), una fiesta de gays-lesbianas donde ella se sentía como en comida familiar, otra fiestecita donde la mota era lo más fresón entre el coctel de alucinógenos que ahí se servían sin charola, regaños de madrugada de mis padres en los que me repetían la de "¡Esta casa no es hotel!", un escándalo vial por un choque de mi noviecita (quien negaba culpa cuando el otro afectado tenía la puerta hecha añicos... estando estacionado), y, especialmente, la gota que derramó el vaso y en la que me detengo porque merece narrarla a gallo-gallina:
Hotel Mayan Palace Acapulco. Julio de 2002. No recuerdo el día, pero eso importa menos que la penosa circunstancia. Estoy a punto de perder los estribos y también la membresía del tiempo compartido de mi señor padre. La Miss Rábago, tras un agarrón de pareja, grita despavorida al interior de la habitación, camina en reversa hacia el balcón y amenaza con tirarse si tronamos. Trae unas tijeras Mi Alegría en la mano derecha y con la izquierda se jala el cabello con ahínco (creo que está alterada). Hace ruiditos. Grrr, grrrrrr, ¡grrrrrrrrrr! Es algo así, pero más feo.
Mi amigo Ariel, ahí presente, le pide elegantemente que haga el favor de no salpicar cuando quede sembrada en el césped (cinco pisos más abajo), pero ella contesta con tales gritos que me hacen considerar llamar a un padrecito exorcista. No reacciono. Me le quedo viendo como esperando a que una hormiga le meta el pie y ella caiga con todo y el chamuco y las tijeras de punta chatita.
Al final, no lo hace y la damisela cierra muy mona la ventana, como diciendo que es hora de irnos a la camita. Ha sido puro drama y, quién sabe cómo, pero cinco minutos después mi cuate Ariel (el "Ghostbuster") la tiene encerrada en otro cuarto. Se oyen unos ruiditos y el rechinido de sus colmillos, pero sólo eso. Si la vampiresa no pudo atravesar la ventana, menos podrá con la puerta.
Pasado este encuentro cercano con Nosferatu, mi amigo me regaña: "Luis, te han quitado la paz. Es tu culpa, te lo advertí. Esta mujer que está encerrada no es para andar ¿te acuerdas que te lo dije?". Mi mente remembra al abanderado de futbol y le da la razón, esperando al día siguiente un tranquilo regreso a México, con las maletas en el asiento de atrás y la Miss Rábago bien dobladita en la cajuela.
Y hablando de dar la razón, al magnánimo Carlos Abascal le ofrezco un millar de disculpas. Es cierto, la mentada profesora es cosa seria... y, sí: pervierte menores.