
Escena 1: A finales de los 80 un amigo (de esos altotes y aprovechados) me platica la historia de Jack The Ripper y me enseña una revista donde se resaltaba el centenario de este considerado primer Serial Killer de la historia. En una página aparecían las siguientes líneas, escritas con una especie de tinta roja y fechadas el 25 de septiembre de 1888:
"Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha capturado, pero en realidad no me han encontrado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo de gritar. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo... Atte. Jack".
Aparte de quedarme tieso del miedo y traumado a mis escasos 10 años de edad, con esta vivencia inicia oficialmente mi interés por el destripador que aterrorizó Whitechapel entre 1888 y 1891. Con el paso de los años, encuentro que a este compadre del escalpelo filoso, al que se le atribuye la muerte de cinco prostitutas londinenses, nunca lo pescaron y, mucho menos, descubrieron su identidad.
Escena 2: Hace apenas unos días, mi amiga Claud quiere ponerme a prueba y me manda por mail un par de párrafos para que yo demuestre si realmente soy un conocedor de los asesinos seriales. Con la primera línea que leo, me es suficiente. Le respondo de inmediato su correo diciéndole que se trata de "Son of Sam" (David Berkowitz), dándole la ficha de este sádico lunático que, con su pistolita calibre .44, sembró pánico en Nueva York entre 1976 y 1977.
Escena 3: Entro a un Mixup con mi madre y, en los monitores de la tienda, vemos que están pasando la película de un asesino cuya máscara estaba hecha con la piel de sus víctimas. Mi antecesora le pregunta al que atiende que cuál es el título de tan desagradable cinta, y salgo yo con el currículum vitae completito de Ed Gein, el carnicero de Plainfield. El gerente de Mixup se me queda viendo feo y mi madre me regaña (a mis casi 30 añotes) con un titubeante: "¡Cómo puede ser que te sepas esas cosas tan feas!". Para calmarla y borrarle esta imagen, su lindo hijo le picha un Cd de Barry White y sale con ella del brazo, cantándole suavecito "Can't get enough of your love babe".
Escena 4: Estamos Mara y yo tiradotes en el cuarto y echando tele en una apacible mañana de agosto. En TV Azteca pasan una sección de asesinos seriales y adelantan: "Después de comerciales, les presentaremos las fechorías de Richard Speck, un criminal que en una sola noche mató a ocho enfermeras". Mara, una monada como siempre, avienta un bostezo y luego dice muy quitada de la pena: "Ah, ya sé quién es. Es el loquito bruto que por no percatarse de dejar a una novena con vida, fue acusado por ésta y capturado por la policía". Me quedo perplejo. Mi longeva debilidad por el tema, mis libros que exploran la mente criminal y mis documentales en DVD sobre los asesinos más célebres de la historia han contagiado a mi norteñita y la han hecho una experta en el universo de los matones. Ahora comprendo que no haya puesto un "pero" cuando esta semana le dije que fuéramos al cine a ver "Mr. Brooks".
Pues bien, pasados estos cuatro capítulos, no me excuso ni puedo ocultar que me intrigan las historias de ciertos personajes cuyas mentes, acciones y motivos he sido incapaz de entender y explicarme.
Habrá quien diga que todo individuo tiene un asesino encerrado en el cuerpo y que sólo algunos lo dejan salir por completo, mientras a otros apenas se les escapan inofensivas sombras de ese instinto tan humano e inhumano a la vez. La paradoja que es preferible negar.
Por cierto, el título del presente no es mío. Pertenece a "One of these days I'm going to cut you into little pieces", canción escrita por Pink Floyd en 1971, y la cual intentaba explicar el único momento en que un integrante de la banda sintió verdaderos deseos de cortar en pedazos a alguien que le resultaba sencillamente... extirpable. ¿Una inofensiva sombra que se le escapó?