
Táchenme de cínico, pero ahora entiendo por qué tardé nueve meses en tramitar la reposición de la placa delantera de mi coche.
Superado mi temor a la burocracia tenochca, ayer decidí hacer la renovación de la laminita que, lo juro, no vuelvo a extraviar (si eso sucede, me compro una bici de 3 mil pesos y a la tiznada).
A las 10:45 comenzó mi calvario. Fuimos Mara y yo a la delegación Magdalena Contreras y, apenas entrando, un señor como mafiosón me preguntó qué cosa iba a hacer. Le dije que a tramitar reposición de placa y me respondió cortésmente que eso debía sacarse en la esquina de Oaxaca y Periférico.
Fuimos a un centro de trámites vehiculares, donde, fólder en mano y repasando que no se me olvidara nada, me percaté de que había ocho módulos de recepción y tres fulanos atendiendo: Concepción Gutiérrez (hombre), Isabel María Martínez (mujer) y Santos Olivares (no era frase de Robin ni dos apellidos juntos, era nombre y apellido de un galanazo que se hacía rollito la oreja y comía pistaches para concentrarse mejor).
Me fue asignada Isabel María con un elegante "¡Chabela, atiende porfis al jovenazo de la gorrita que lleva un rato en la fila!". Pero ésta, calmuda como pocas, empezó a hacerme caso cuando terminó de echarse un buen trago de un Sidral Mundet cuya botella, de lo añeja que era, tenía como gis en el vidrio.
"Vengo a tramitar la reposición de mi placa", le dije a Chabelita, quien me solicitó mis papeles con el pistache en el diente y una escasa intención de resolver mi problema: "Mi’jo, junto a cada tenencia me tienes que juntar (quiso decir adjuntar) el boucher del pago".
"Oiga, pero en los requisitos no piden el boucher, basta con el comprobante de la tenencia", respondí. "Pues ni modo, se necesita comprobar que pagaste la tenencia", atacó. "¡Pero el talón de la tenencia es un comprobante en sí mismo!", contraataqué. "Mira mi’jo (un prolongado sorbo a su Sidral) ve a Gran Sur y pide una constancia de tus pagos de tenencia. Sale en 50 pesitos, más que afligirse, uste' aflójese que yo acá cierro hasta las 6".
Chabelita se apropió de mi odio más rápido de lo esperado y, así, sin entender que debiese hacer un "pago" que comprueba que "pagué" mis tenencias, Mara y yo enfilamos hacia Gran Sur (más bien sentí que enfilaba en bici y directito a la tiznada).
Llegamos a otro módulo poco antes de las 3 de la tarde. "Vengo a sacar la constancia de mis pagos de tenencia", le dije a una tal Gloria, quien amablemente me respondió: "Siéntese al fondo. Lo podríamos atender de una vez, pero ya va a hacerse el cambio de personal, así que mejor espere a las 3 y así lo atenderá una sola persona".
Cumplí con la espera, mientras Mara fue por unos duvalines para calmar la solitaria intestinal en un día de perros y, luego de 45 minutos de gestión, salimos con el "comprobante de los comprobantes" de mis tenencias.
Con la irritación dedicada a la mentada Chabelita que me mandó a hacer el trámite más increíble de mi vida, retornamos a las 4 de la tarde al módulo de los pistaches, donde en las ocho cajas ya sólo atendían dos: Chabelita y Concepción (Concho, para los cuates). Ambos... con su décima ronda de pistaches.
"Qué pasó mi’jo, a poco no es de volada Gran Sur pa' sacar la validez de las tenencias". Preferí no contestar y ahorrarme el recital de leperadas que la emperatriz de mi martirio sembró en mi laringe. Cambié todo por un seco y desabrido "Todo bien".
"Muy bien, tenemos todo ahora sí. ¿Gustas mi'jo?", me dijo la duquesa del cinismo, Chabelita, mientras sacaba un paquete de galletas arcoiris (las de bombones blancos y rositas). "No, gracias, provechito", contesté. "Ándale pues, entonces (mordisco a la galleta) espérame por favorcito allá al fondo".
15 minutos de espera y me vuelve a llamar. "¿Ya quedó?", pregunté harto. "No, todavía no, necesito que le eches un ojo a tus datos pa' ver si todo correcto". Le dije que sí y vino otra frase lapidaria: "Muy bien, ya quedó, ahora sólo me tienes que esperar allá otra vez y te vuelvo a llamar".
Fui a sentarme con Mara, quien ya para esas alturas se quería comer la silla de un bocado, por instinto de supervivencia. "Ya casi amor, ya casi", le dije con total duda de lo que estaba pronunciando.
De pronto, el último grito: "¡Luis!, ¡¡Luuuuiiiiissss!!". Mi mamá jamás me pegó un alarido semejante. Pensé que alguien estaba apuñalando a Chabelita (lo deseé), pero no. "Mi’jo, ya estás, ya vas", pronunció mi pesadilla con un castellano quijotesco, mientras me entregaba el documento por el que más he peleado en mis casi 30 años.
"A ver corazón (odio que me digan así), ya acabamos. Esto te sirve hasta septiembre por si algún poli te para. Si para ese mes no te ha llegado la placa, tienes que darte otra vuelta por acá".
Lo dicho. Si no llega mi placa para septiembre, una de dos: o me compro mi bici de 3 mil pesos o me convierto en un asesino productor de pistaches envenenados y galletas arcoiris con tachuelas.