
Hoy que nos despertamos Mara y yo... parecía que nada sucedió en nuestro comedor y nuestra sala, declarada ayer zona de desastre.
La señora Gloria, aquélla de la voz suavecita y quien siempre se aparece en los amaneceres post-fiesta en forma de torbellino de "Maestro Limpio", volvió a cumplir con una apoteósica labor y convirtió lo abominable en celestial santuario. La casa estaba lista para un Rosario con las vecinas de mi mamá. Ni un olorcito a cigarro, ni un cadáver desperdigado, ni un pedacito de relajo volando. Un milagro otra vez a cambio de 200 volovanes. Una ganga.
Así es, un año después de la invasión de los nacos, llegó la ocupación de los escuintles con una gran producción mérito de mi amada, quien decoró de Spiderman hasta los chones que traía. Oliver Twist se posesionó de Ariel, Pinocho de Lalo, los hermanos Pampers de Luisma y Gaby, la niña del chonguito bizarro de Mara y la presumida de la paletota (sin albur) de mi hermana Lawrence, por dar algunos ejemplos. Yo... le hice a Alfalfa.
No sé si calculé mal o si se me botó la canica, pero el censo de población reventó y, de pronto, ya sumaban casi 35 vertebrados en nuestra pequeñísima morada, la que usualmente se convierte en cementerio de la cordura. Y todo por convocar a rufianes del buen-vivir como Mike (quien en esta ocasión nos honró con la compañía de su novia Ari), como Roque y su respectiva mademoiselle, como Vess y su queridísima Tatiana alias Muñeca de Trapo, como Memo, Jess, Tusi, Luis Felipe, Loyo, Ale, Gil y Rod. Todos muy dispuestos a hacer el uso más cavernicolesco de nuestras instalaciones.
Ni qué decir de la pandilla de Skinheads que nomás tocaron la puerta, les abrí y me preguntaron que quién era el mentado cumpleañero (yo dudé en contestar por temor a que me ejecutaran). Al ver que todos sonreían muy tranquilitos, los invité a pasar. No fueran a salirme con que eran sicarios de los Arellano y que por hacerles una mueca, dejaran dos agujeros en mis tenis Panam. Muy rudos, muy rudos, pero al final de la velada me pareció oírlos cantar "El triste" de José José y berrear con "La Maldita Primavera" de Yuri. Pagaron por su pose de serial killers lo que yo por los Pau-Pau que mezclé con vodka para hacerme los desarmadores menos glamorosos de mi vida.
Avanzó la noche y, sin previo aviso, el contingente era una olla de presión. Sin que uno quisiera, llegaban arrumacos igual para machos que para doncellas. Parecía la fila de las tortillas en día 1 de mes y si uno cambiaba de dirección bruscamente, en una de esas también lo cambiaban de sexo. Creo que ayer conocí realmente a mis amigos. Sacar una foto implicaba levantar el brazo y que la axila diera el flashazo.
En un instante escapé para "orearme", me topé con una vecina y con su hijita de 4 años, Ana Paula, quien en cuanto me vio con gorrito de fiesta, me dijo "Dame todo lo que traes" (pidió un gorro para ella, una paleta, un globo rojo y una dotación de golosinas). Mientras cumplía yo bien obediente, a la pequeña se le iluminaron los ojos cuando en el horizonte apareció Pinocho (Lalo). "¡Mamá, es Pinocho!", gritó ilusionada Ana Paula, tras lo cual, yo solicité al narizón de cedro y de las grandes mentiras que dejara su chupe y se acercara a sacarse una foto con la peque.
Todo perfecto con él y con su admiradora hasta que el hombrecito de madera sacó un encendedor para echarse un cigarrito. No puedo describir la reacción de la niña al presenciar esto. Sueños destruidos. Nubarrón de la inocencia. En tan corta vida no cabe tanta desazón. Su ídolo Pinocho... un vicioso. Gepetto... ¿dónde estabas?
Pero bueno, olvidemos el episodio y digamos lo que sucedió una hora después. En pleno festival de la hermandad, con los disfraces de niños a medio morir, el alcohol subiendo por las arterias de algunos y con el "Súper Disco Chino Filipino" de Enrique y Ana sonando fuerte desde la laptop, la benemérita Luz y Fuerza nos dejó fuera de combate. Sí, el primer apagón duró unos minutos, pero después vino la réplica y, entonces sí, nuestra hermosísima morada se convirtió en territorio comanche.
Lo más curioso de todo es que, pese a la transformación del lugar en una sucursal de los pensamientos más oscuros de Paul (por cierto, gran ausente), nadie se movió. Mike, con esa experiencia que le dejó su vida pasada de animador de fiestas infantiles nos llamó a Luisma y a mí al centro de la pista, y nos arrancamos con las que no suelen fallar: "17 años" y "Pásame la botella". La gente se nos entregó, aunque lamentamos que un sólo "bra" volara ni quedara colgando de la nariz de Pinocho.
Nuestras vocales perduraron hasta el momento en que se hizo la luz de nuevo y, ¡oh calamidad!: a la alfombra le había dado sarampión. Dígase de otro modo, estaba llena de pastel de Spiderman. De igual modo, la pared presentaba rastros de pastelazo.
Yo ignoraba quién había hecho tal cosa, pero de pronto Mike y su galana (quienes en su otra vida fueron ladrones de poquísima experiencia) se presentaron y confesaron todo. Yo los perdoné cual tipo misericordioso que soy, pero ni así los convencí. Habría sido más fácil decirles: "Sí, ya, carajo, ustedes tienen la culpa", pero tan dulce soy que no me atreví.
Al final, el "Súper Disco Chino Filipino" no se llevó el alma de nadie y todos sobrevivimos. Incluso la casa, la alfombra y la pared, mismas que hoy aparecieron brillantes, se asemejaron a una pila bautismal con olor a bendita niñez.
Que Dios nos conserve jóvenes por siempre y que Pinocho vuelva a la de ya a dormir en los cuentos.