
Es ritual. Llego del trabajo, subo a la recámara y cuelgo la corbata en el vestidor. El ángulo siempre me queda para mirar a través de la ventana a Miss Lonely Heart.
Desde que vi "Rear Window" de Alfred Hitchcock, me convencí de que en la gran mayoría de las colonias figura un personaje así: la señora veterana, solitaria, amante del tiempo y de la lectura, devota del monólogo, del café amargo y de las charlas con nadie. En nuestro feudo, ella es quien cumple la misión de ser la "desamorada", el equilibrio cósmico de alguna libertina que anda por ahí con un casanova y tantos más.
Me quedo siempre mirando con la luz apagada. Soy espectador y, acaso, un voyeur también. La pasividad de Miss Lonely Heart (Roxana es su nombre) me ha trasladado de la distracción ordinaria a la atención completa. Ya para estos tiempos, he pretendido saber cómo ha sido su vida, cómo ha llegado hasta aquí y porqué es ella y solamente ella, la vecina tímida de la casa 9, la del hijo adolescente y rebelde que la ofende cuantas veces se pueda. La huraña a la que el amor y la pasión parecen habérsele erosionado.
Cada 24 horas, mi fijación se posa en lo que pareciera la escena inicial de una obra de teatro. Siempre recostada ahí, desde la puesta del sol hasta la medianoche. Lentes a media nariz, semi encorvada, dos almohadas atrás, una cobija en las rodillas y un libro o el control del televisor en la mano. Lee mientras avanza la programación, se practica manicure, o bien, toma siestas a menudo interrumpidas por fuertes golpeteos en la puerta, cortesía de su hijo, quien no usa el timbre porque así no sonaría a reclamo.
Sí, es divorciada y, sí... el vástago parece sonreírle más al padre, aunque éste prefiera vivir lejos.
Es maestra por la mañana, no recibe invitaciones a salir porque cree haber perdido el magnetismo y está frustrada con su estacionamiento, el peor de la colonia, donde sólo caben coches pequeños que entren con extremo cuidado. Todo gracias a un poste ladeado cuyo único propósito en el mundo es propiciar que esta madura doncella reciba andanadas de mentadas por tardar en perfilar y meter su auto. Por más que intenta mejorar sus tiempos, al menos son 2 minutos de pitidos, presiones y arrancones rozando su cajuela.
Sonrisas son sus perros, su coche nuevo y las escasas visitas familiares para las que deja su salita como un palacio. No es para menos porque no hay más. Miss Lonely Heart aprovecha "los momentos" porque no alcanza los periodos de tiempo.
Hace un mes, nadie lo esperaba, pero asistió a la junta de colonos, lo que nos permitió saber cómo hablaba, qué decía, con qué ánimo y en qué circunstancia.
Nos platicó lo que era habitar la última casa, nos contó que una humedad devasta su pared, nos externó el deseo de terminar con el poste de su cochera. Y de su hijo... se calló lo mucho que sí habló de sus fieles compañeros, los perros. De sus amores... todos quisimos preguntar. Nadie se atrevió.
Es ritual y mi lado voyeur seguirá alimentándose de Miss Lonely Heart, quien, el día en que se mude, terminará con la agradable compañía que nos brinda su soledad. Vaya ironía.