
Chequen mi currículum deportivo: Derroté varias veces en Ping-Pong a los sembrados 52 y 54 de México durante la década pasada, de niño me coroné con Titanes en la categoría 9/10 años del Club América, evité el descenso con el Asturcón del Club Asturiano años después hasta que me partieron la cara y me retiré del futbol, soy duchísimo en damas chinas (le ganaba a mi abue), en damas inglesas, en Pin-Ball y nunca de los nuncas he perdido una partida en Dominó cubano (gracias a mi sensei, el padre de Héctor Juárez).
Como se puede ver, cuando compito, lo hago a tope y no me gusta perder. También se puede ver que tengo bien definido en qué meterme y con qué ni moverle (aunque todo este enunciado suene a albur, donde por cierto, también me considero de los grandes-grandes-grandes).
Con este alucinante expediente personal de deportes y actividades "varias", me dispuse este fin de semana a superar un issue pendiente: vengarme de la derrota que Luisma me propinó en mayo pasado en el futbol alberquero. Diría que es como Water Polo, pero no, es simple tiro a gol en la alberca de mi casa de Cuerna.
Aquella vez me derrotó en serie de 3 de 5 y me dejó el ego atrofiado, así que aprovechando una nueva escapada con las señoras Mara y Gaby, y el buen Lalo, quien normalmente funge como mero testigo, sonido local o interventor (detesta el deporte), le dije que quería la revancha y Luisma, muy salsa, dijo: "Venga, ¿qué apuestas?".
Pactada una comida, donde nuestras respectivas galanas nos aclararon que NO cocinarían por el perdedor, comenzó el "Deathmatch de los torsos desnudos II". Reta a ganar dos de tres bajo el sol sabatino de Cuerna y una alberca donde el dedito gordo del pie (el que sirve para calar) nos advirtió del riesgo de hipotermia.
El comisario imaginario dijo que se podía jugar y, ante eso, camisas fuera y torsos cuadriculados a escena. Los cuadritos los guardamos Luisma y yo para mejor ocasión porque es la cuesta de enero y la resaca de los pasteles y buñuelos navideños, pero el rostro al menos sí lo regamos.
Dos horas de fragoroso y feroz combate (nuestras mujeres bostezaban cada 10 minutos, motivándonos a dar el 110%). Volé como seis veces cuando me tocó de guardameta y me di tres topes en el puente habilitado como portería. Mi mejor atajada de la tarde la festejé en completa soledad porque cuando pensé que Mara iba a babear por su héroe, ella estaba feliz de la vida echándose una salchicita con salsa valentina y limón, metidísima en la abundante plática de Lalo.
Luisma, mientras tanto, brillaba en el campo de batalla con riflazos continuos que me complicaban la tarea de portero. Y su mujer lo alentaba con un intensísimo "Gánale amor, gánale". No puse signos de admiración o exclamación porque el tono de voz de Gaby era una invitación a la meditación budista. Así de fuerte.
A las 5 P.M. acabó todo tras un desempate donde, sí, de nueva cuenta, Luisma me derrotó (el nefasto "tssssss" retumba en mis oídos, haciendo que me arda más).
"¡Amor, le volví a ganar, Luis no puede conmigo!", le dijo eufórico Luisma a su esposa. "Muy bien amor, ¿a qué hora quieres comer, tienes hambre?", fue la respuesta.
Y yo mejor ni presumo el arrebatador consuelo de Mara al verme derrotado por segunda vez. "Ni modo. Oye, cámbiate el traje de baño antes de que te enfríes".
No supimos cuál de las dos damiselas estaba más emocionada/extasiada, pero es un hecho que Luisma y yo consideramos hacer la tercera batalla a puerta cerrada (por aquello del sobrecupo y del frenesí de los hinchas, de los latidos vertiginosos de nuestras amadas y de que no queremos desgracias por lo masivo y espectacular de nuestros duelazos).
¿Será que nuestros torsos cuadriculados (en pliegues) ya no les atraen ni aunque nos untemos aceite de bebé?, ¿será que los héroes del deporte y las cheerleaders ya no existen... o será simplemente que Lalito tiene temas de conversación extremadamente fascinantes...?