Wednesday, May 21, 2014

El tiempo de los muslos gorditos

Mi visión rebasa cualquier intento de descripción. Sobran palabras, pero falta precisión.

Mi hija es un torrente de sonrisas cada mañana… y así logra erradicar mis lados más caóticos. Los de mi día a día, los de mi estrés, los de mis tormentas sucedidas en un mundo malvado. Y entonces… con apenas un diente de edad y un color de ojos aún indefinido… me hace abandonar mi lado muerto y me hace arder como metal en fuego.

Dicen que a los papás nos nutre más apretujar muslos gorditos que recibir rayos de sol. En mi caso, mi hija estruja mis huesos, aviva mi alma subterránea y rompe como ola mis labios tímidos. Los hace desplegar fantasía y sonreír con tal vigor… que a veces me desconozco y siento que dejé de ser alguien. Entonces... tengo que verme al espejo para comprender que sí soy yo, pero distinto, encendido, enamorado bajo la clasificación de los padres que no sabemos qué hacer con tanta carne bendita en brazos. Inútiles suertudos.

Delirante, a mi nena le lloré tras tenerla en brazos por primera vez y luego le lloré al doble cuando algo corrompió su organismo. Nació y despertó al mundo y embarró en un puchero todo ese líquido con el que uno toma consciencia de que, más que un bebé, es un alma y cuerpo nuevos. Poesía humeda. Pureza chimuela.

Nunca pacté con mis sueños verme de frente con una nena que irradiara tal ternura y que me hiciera pensar que con una caricia puedo lograr que florezcan sonrisas silvestres y pícaras. Puede ser una desfachatez, un abuso mío el intentar eso a diario. Más aún, es un privilegio lograrlo y creer que ella ya me ama… a su modo y con tan pocos centímetros de piel. Porque Julia es así, una raíz sonriente, un ser breve que acepta invitaciones y que concede grandísimas lecturas de Dios.

Y, entonces, al reparar en todo eso, me agobian de nuevo las ganas de apretar sus muslos gorditos. Y me aprovecho, y lo hago. Y se deja.

Siete meses después de aquel primer berrido mezclado con el líquido de los instantes iniciales, mi hija ya intenta tocarme la cara y agarrar mis orejas. Son caricias sin dirección, orientación ni guía, pero con intención. Caricias a bordo de un barco pirata que, sin ruta, saben asaltar y robar, y dejarme inmóvil. Y luego suena ese balbuceo que yo, por todos los medios, intento interpretar para sentirme muy importante. En realidad, sólo me interesa sentirme cerca.

Julia me hace ya, también, el inmenso honor de llorar por mí cuando me alejo un poco. No es soledad, es necesidad, supongo, de mí.
 
Pequeñita como es, escribe mis mejores horas como padre, cual si fuera un poeta que se vuelca en puño y letra para desahogar lo que le inunda el interior. Y me construye un presente al que mi futuro le envidiará todo en unos años… cuando ella haga su vida y me deje en mi isla de vejez y de tanta nostalgia por los bellos recuerdos. Los añejos recuerdos de esta época, del tiempo en que un diente era suficiente y en que los ojos no necesitaban definirse.

El tiempo de la vida fantástica, de la vida verdadera. El tiempo de un hombre bienpensante y adicto a unos muslos gorditos.

Lo dicho. Mi visión rebasa cualquier intento de descripción, pero, al menos hoy, lo intenté.

Monday, May 19, 2014

Buitres

De la mezcla de generosidad y una culpa muy particular emanó este viejo.

Nunca ha sabido decir "no". A lo mucho dudar, pero sólo por pretender firmeza y nada más que eso. Acaso por ello, he contado a cientos de extraños que se le acercaron, cientos que de pronto le sonrieron en busca de un pedazo de oro y cientos de desconocidos que de pronto se declararon semejantes, parecidos, parientes, familiares, leales.

Nada que cause sorpresa. Este mundo tiene más buitres que cadáveres sobre los cuales volar en busca de víscera ajena. Y de la bondad, y otro poco de ingenuidad, se han nutrido muchos carroñeros. De eso viven… mientras haya.

Yo sólo he visto a este viejo dar y obsequiar. En silencio y a distancia, le he mirado en desvelo y en alerta, presto en la ayuda y rápido en el consuelo. De sí mismo… poco, para sí mismo… menos.

Me pregunté ayer y me seguiré preguntando mañana si estos buitres de sonrisa de marfil han de ser capaces de mirar al viejo para acompañarle cuando éste necesite más que una mano. Si le mirarán y escucharán, si le atenderán o asistirán, si le recordarán como un artífice o como un simple proveedor. Me pregunto si esa familia no familiar será firme o se tornará hipócrita y vulnerable... al tiempo.

El viejo no tiene remedio. Seguirá siendo un carpintero de sonrisas ajenas que se pintan cercanas y duermen lejanas.  Un donador que se desangra… sin que sus favorecidos se dignen, siquiera, a lamer la llaga.

Buitres de hoy, carroñeros de siempre, extraños del mañana.

Al acecho.