Tuesday, January 29, 2008

Gabriel's Oboe


Cuando yo tenía 8 años, mi padre compró "The Mission", entonces en formato Beta, y la trajo a la casa con la intención de llenar de magia el cuarto de tele.

Aunque no puedo recrear los detalles de aquella tarde, recuerdo que a mi antecesor se le salieron las lágrimas durante el tema principal del filme, llamado "Gabriel's Oboe", de Ennio Morricone. Empezó a respirar con dificultad, se agachó para abrazarme y luego fue al baño a secarse las lágrimas... y los lentes. Yo, en algún momento del filme, me quedé dormido. Demasiado chico para entender algo así.

Anoche, a oscuras, escuché de nuevo esa pieza que dura poco más de dos minutos y la repetí al menos 10 veces. No respiré mal (aún no padezco los problemas nasales de mi padre), pero sí se me escaparon lágrimas. Sigo sintiéndome demasiado chico para ello.

Viene Morricone en mayo con todo y sus estelas de explosión para el silencio. Sin duda, una cita.

http://www.youtube.com/watch?v=PRb8KKyenSY

Wednesday, January 23, 2008

Pilla bautismal


"Bautismo". Así le llamaban a la costumbre de antaño en que los padres llevaban a sus varoncitos a paladear "su primera vez". El morir y renacer en brazos de una puta. La maestra, la que pasaba al chamaco por las armas y le enseñaba a cargar cañones y disparar fusiles. El adiós a la inocencia primigenia en una oscuridad donde se dan los cambios de ritmo y, con suerte, hasta de repertorio.

Sobre aquellos métodos de "iniciación" me platicaron hace poco en una cena algunos veteranos de más de medio siglo, quienes recrearon las épocas en las que un chiquillo se deleitaba por vez primera ante una taconuda. La colisión de un niño que escupía verduras de día con una profesional que devoraba carne de noche. Y todo para comprobar que las vampiresas sí existen... y que también duermen cuando hay sol.

Los adolescentes dependían de los criterios del padre para llegar a esta pila bautismal de estancia opaca, de piernas largas y de vida a deshoras. Las pirujas recibían al chamaco al estilo de la maestra de primaria que lo anima a soltar el brazo del padre para encerrarse en los salones de clase. Pero aquí la pedagogía era epidérmica y en este show no había más reflectores que la luna. Se trataba del primer "orgasmo atendido", donde el torrente era más eléctrico que sanguíneo. Y todo para hacerle ver a un niño que la pérdida de control puede ser deliciosa y que las mordidas de las niñas no siempre abanderan el odio entre sexos.

Electrochoques, espasmos, revelaciones de lo que uno es capaz de hacer con muslos y dientes, un nuevo método de respiración y dos que tres titubeos se ofrecían a cambio de una módica cantidad que coronara de una buena vez la gestación del "hombrecito". Esto era, a la vista del padre, la credencial de mayoría de edad del vástago. El auténtico cumpleaños.

No se podía opinar mucho al llegar a las "casonas de buena muerte". Aparecía la dama elegida, con todo y sus lunares, y si al querubín no le apetecían esas "pasas de la piel", con la pena: a probar que ya habría tiempo después para la simplificación de los gustos y la especificación de los tipos femeninos. En la primera noche de sexo, el olor, la consistencia y el color eran lo de menos con estas damas de alto rendimiento.

Nervioso, el padre esperaba afuera. No se marchaba porque le apostaba al vigor primaveral de su cachorro y a su consecuente rapidez. Un cortometraje en el cual el encuentro sexual de tejidos orgánicos del otro lado de la puerta implicaba enorme suspenso de este lado. El mejor de los thrillers. El primer filme clasificación "C" para adolescentes.

Pese a promover la tradición, para el hombre de canas no era fácil el que su hijo se convirtiera de pronto en el máximo dignatario del cachondeo, encerrado en un cuarto donde la Tierra rota sobre otro eje y no de forma elíptica, donde las mujeres no cierran los ojos, donde se sublima la libido con malabarismos y donde la ruta de evacuación no es la que conocemos.

Cuentan los añejos evangelistas del sexo que algunas pirujas solían despedirse de sus clientes primerizos con frases que hacían confluir los acueductos del bien y el mal: "Aprendiste con el diablo; págame y ve con Dios". Narran que estas palabras eran pronunciadas con la misma banalidad con la que al día siguiente la prostituta pedía un kilo de naranjas en el mercado. Al fin y al cabo, ambas cosas las hacía para comer. Y todo dentro de un recinto prohibido en el que se inspiraba azufre y se espiraban nubes.

Depositarias del "bautismo" o enemigas de la moral, mártires en necesidad o putas consagradas, lo cierto es que arder al margen del enamoramiento ha permitido a las taconudas tener el único oficio que, en pequeñas dosis de muerte, da la sensación de obsequiar vida eterna.

*La imagen es pintura de mi hermano Alex, un grande de este mundo.

Saturday, January 12, 2008

Tres tatuajes 'Chai' latte


Miguel Larrauri me lo planteó así: "Si quieres otro tatuaje, que te lo haga el 'Chai'. Él es tu hombre".

En 2004 me hice una cruz y un Ohm en los extremos de la columna vertebral, pero recientemente mis ansias aumentaron y, como todo defeño que requiere coros para llevar gallo, le metí suficiente paella en la cabeza a mi compadre Luisma para que también se tatuara. No lo obligué. Él pertenecía, hasta hace rato, a ese 95% de fresas que siempre han pensado en rayarse, pero que ignoran si en esta vida encontrarán el diseño (valor) para hacerlo.

Desde la semana pasada fuimos al santuario del rayón, acompañados por alguien con más valor que la suma de ambos (Mara). Desde entonces, Luisma reflejó que cumpliría su promesa de anclar un signo asiático a su tobillo (ni que tuviera los pies de Mercurio). Apenas entró al changarro, lanzó un aseado "buenas tardes; provecho" a la tribu de gañanes que rendían culto al "Chai", quien, al estilo de Toro Sentado, mordisqueaba un taco de cecina con cilantro que hacía más místico el entorno. Obvio, nadie le contestó a mi cuate. Esa prosa estilo llegada a fiesta del Pedregal equivalía aquí a despedirse de una pirus travesti con un "Te agradezco estos momentos, princesa, ¿cuánto te debo?".

El "Chai", a quien según yo vi en "Apocalypto" persiguiendo a un jabalí en la selva, escuchó nuestras ideas, hizo la conversión de agujas a pesos, y puso fecha: "Les sale en 500. Los veo el sábado a las 3. Contigo me llevo unos 25 minutos y contigo... tardo menos, unos 25". Todo un tlatoani.

Con su tobillo y mi antebrazo listos, y acompañados por Mara y mi gran amiga Gabs, hoy regresamos a los dominios del "Chai", en cuyas paredes sólo falta una cabeza de puerco en una pica. A las 2:50 atravesamos la puerta y, ahora sí, un Luisma más rudo saludó como se debe: “Qué onda güey”. La tribu le respondió al unísono.

“¿Listos?”, se oyó a lo lejos. Era la voz del jerarca, quien emergía con un peinado a la italiana que me hizo recordar a Luis Miguel en el “Segundo Romance”, pero en la edición kilográmica y no bronceada, sino tatemada. Luisma, con el maxilar entumido, pasó un buche de saliva y cinco minutos después, estaba en la tablilla de ejecución con su piernita derecha depilada y recibiendo nueve agujas por segundo. Entró en un coma visual en el que nos percibía a los demás en cámara lenta y en blanco y negro.

Acabó su picoteo y a las 3:15 me preparé para darle matarile al maricón con todo y esa humedad en la entrepierna de la que hablaré en mis memorias. Iba ya al encuentro con una avispero de agujas hasta que (¿por qué no?) a Mara se le ocurrió hacer un examen de 67 preguntas al “Chai" para ver si la convencía de rayarse. 20 minutos de amena plática entre Toro Sentado y mi mujer, y yo, como edecán de Corona a un lado de ellos. Gabs me aconsejó paciencia, así que invertí el tiempo en calmar a mi antebrazo y en decirle, como mi madre hacía conmigo, que sólo iba a sentir un pellizquito porque “nada se compara al día en que te parí, mi vida; eso sí es dolor”.

Concluida su tertulia, tomé asiento y apoyé mi brazo en una base acolchonada. Y luego… a mirar dos puntos en el firmamento: un enternecedor cuadro de “Scarface” y una pomada que decía “Para dolores extremos, Sabitine”. La caja era naranja, pero a veces, no sé por qué, se hacía roja y luego morada y después multicolor. Tras 15 minutos, un reloj de arena abstracto, hecho a modo de pinceladas, saldaba mi encuentro con el gordo.

Pero quien se robó la tarde fue Mara. Se armó del más inaudito grado de valor, y se quedó descalza para que el “Chai” le hiciera no una, no dos, sino tres mariposas… ¡en el empeine!. Y luego con las salomónicas palabras del tatuador de “Si gritas, nomás no te muevas”, pues ahí les encargo.

Mientras Luisma fue el acompañante incondicional de mi norteña, Gabs y yo fungimos como los trozos simétricos del mexicano sacatón al alarido ajeno y decidimos ir a la farmacia a buscar pomadas, paletas de chocolate y, si se hubiese podido, una patineta y un tix tix también (con tal de hacer más tiempo). Al volver, Mara parecía haber parido dos gemelos de 5 kilos cada uno. Resopló y resopló hasta transformar el peinadito napolitano del “Chai” en el look más maradoniano de Jorge Falcón.

De la salida de ese lugar a este instante no recuerdo mucho, sólo que comimos entre risas en casa de Gabs y Luisma, que la lasaña estuvo deliciosa, la plática excelsa y el vino exquisito.

Y el brindis, por supuesto, en todo lo alto y a la salud del “Chai”, gordito purasangre que nos llevó del terror puro a la versión placentera del martirio corporal… y sin teflón.

Monday, January 7, 2008

Cuestión de lujuria


Pese a su perpetua tranquilidad, las historias detrás de una fotografía no siempre son simples.

El 9 de marzo de 1986 Depeche Mode comisionó a un fotógrafo la portada de su sencillo "A Question Of Lust", cuyo resultado aparece en el recuadro contiguo como testimonio mudo de dos extraños a los que les fue encomendado besarse.

La imagen fue capturada en el interior de un apartamento en Brixton, Inglaterra, y el flashazo definitivo se logró cerca de las 4 de la madrugada, cuando el artista, cuyo nombre se desconoce, estaba en el tope de una borrachera y acumulaba horas de frustración tras olvidar la idea original para la portada.

Pero ese estado etílico y la enorme presión a deshoras se combinaron para que brotara un instante de inspiración. El fotógrafo llamó a Gary Bruton y a una buena amiga de éste, Daphne, sin saber exactamente qué hacer con ellos. Reparar el daño por levantarlos y convencerlos de salir de casa a media noche no resultó difícil al ofrecerles eternidad en una tapa de Depeche Mode.

Acomodó a la pareja de amigos en su estudio para fusilarlos con su Nikon FA, pero los disparos, afectados por un invisible tufo a coñac, dieron lejos del blanco. Desesperado, les pidió que se besaran. Una penosa sonrisa de Bruton coincidió con un titubeo de Daphne, quien finalmente aceptó muy a pesar de sus reglas de fraternidad.

Al recibir la fotografía dos semanas después, la banda resultó complacida, pero, por otro lado, la hoy conocida carátula de "A Question Of Lust" tuvo un efecto atómico en Bruton al quedar perdidamente enamorado de su amiga, quien rechazó toda propuesta de amorío post producción. Gary la anheló tres años, pero aquel beso jamás se repitió fuera del departamento de Brixton ni produjo saliva en el mundo real. Decidió, entonces, mitigar su tristeza enrolándose en movimientos contra el SIDA en países depredados como Pakistán, Sudán y Afganistán.

En 1998, mientras Depeche lanzaba un disco de singles, con "A Question Of Lust" incluido, Bruton se topó en el registro de muertes por SIDA con el nombre Daphne Amanda Low, junto a la foto de una mujer que, aunque modificada en el semblante por 12 años de antigüedad, le resultó familiar. En el expediente confirmó que su antigua amiga se había infectado en 1992. Ella misma había cultivado su tragedia con un desenfreno entre sábanas que le dictó sentencia durante los seis años siguientes. Su promiscuidad había sido una herida que solo esperaba abrirse en alguna desafortunada noche en la cual el coito viniese corrompido.

Ironías. Una cuestión de lujuria hizo a Daphne y a Gary mundialmente conocidos en una imagen musical. Y también una cuestión de lujuria los hizo reencontrarse varios años después… a través de la fotografía, con sello rojo, de una carpeta médica.

Parece que Gary siempre estuvo del lado correcto de la carátula.

Tuesday, January 1, 2008

Los archivos asturianos (versión censurada)


David fue novio de Ana y de la hermana de Humberto. Sergio suma dos años de matrimonio con Paola. Paola fue mi galana un mes tras haber andado con Ana y Marijose. Ana está casada con el primo de Sergio. Marijose es soltera, pero hace poco tuvo un romance con el hermano de Humberto que terminó cuando ambos entendieron que no se gustaban y que se usaban de quitapenas. Y Humberto siempre pretendió a Paola, por lo que tuvo una porosa amistad con Sergio.

"Me agrada cómo se cuidan el rabo unos a otros", dijo el padre de Paola en una romería del Club Asturiano para definir a nuestro grupo de amigos. "Tienen un lazo de pulpo. No saben qué tentáculo los toca ni a quién pertenece, pero el pulpo está aquí y no sale de aquí; son muy abiertos dentro de un grupo muy cerrado". Y el señor de cabellera blanca tenía razón.

Ciertamente, entre 1993 y 1997 quienes formamos aquella pandilla asturiana (la única española era la chica de Toledo, Marijose) éramos una especie de secta que basó sus rituales igual en tertulias de cafetería que en ayudar a Majo a pelar elotes para que su familia cenara un raro tipo de pozole, o en escuchar a Paola lucirse con su darbuka, un hermoso instrumento con parche de cuero que nos hacía imaginar el desierto árabe en plena zona de albercas.

David siempre fue el líder, pero no de clase napoleónica, sino como quien descolgaba los temas que nos conectaban. Juntos todos, él llegaba poco después al Asturiano y lanzaba el tópico que desataba la discusión. Parecía el bartender que ofrece una ronda para que todos la consuman y, ya engranados, él sigue limpiando la barra y parando oreja. Un astuto incitador, pasivamente activo.

En nuestro viaje adolescente no había más rumbo que el viaje mismo. No había futuro. Privilegiábamos lo irrepetible y aniquilábamos la infancia. Asumíamos los atardeceres en el club como un desdoblamiento. Humor desternillante en las sobremesas, conversaciones al sol, risas al anochecer... y a casa. Estábamos borrachos de nosotros mismos sin beber una copa, porque todo trago no se ingería, se platicaba. No éramos alcohólicos, pero sí adictos. Sólo faltaba ponernos de pie y decir con mucho tesón "Me llamo tal, tengo tantos años y soy adicto al Asturiano".

Establecimos noviazgos internos, pero la auténtica fidelidad fue a la tribu. Podíamos quebrar los amoríos, pero casi nadie buscaba latidos más allá de la colonia El Reloj. Éramos un archipiélago. Nos creíamos oro por ser amigos irrompibles, aunque como amantes nos incendiáramos.

Hace poco regresé al Asturiano por capricho del destino y el descuido de un guardia que roncaba junto a los torniquetes de acceso. Caminé a oscuras por el club guiado por mi celular y llegué a las canchas de futbol. Me senté en las gradas y ahí me abrazó el pasado. Le pedí no ser tosco, pero me ignoró. Mi cabeza empezó a sacar humo. Recordé los reclamos de la madre de David cuando éste fue fauleado sin piedad en el '94. Volteé a las últimas butacas y recordé los primeros besos suspendidos de los hoy esposos Sergio y Paola. Cada que un gol caía se abría tiempo para agregar al beso un manoseo tembloroso.

Recapitulé mi conmoción cerebral luego de que un rival me estampara contra un bebedero mientras tomaba agua. Empecé a tragar sangre y muerte, y desperté en la enfermería. Conservo tatuado en mi labio el foul extra cancha de aquel juegazo entre Asturcón y Sueve (perdimos 9-1), tras el que mis amigos se le fueron encima al culpable de mi hemorragia. Parecían perros sin más adiestramiento que el ladrido y las ganas de destazarlo. Meses después, mi padre otorgó el perdón que sirvió para que el agresor continuara como socio, aunque ya no como jugador del Sueve, equipo que posó para la foto de campeón sin su corpulento medio de contención.

Ya en mi regreso a los torniquetes, miré las rocas volcánicas que, por algún jodido motivo, Ana y David concebían en 1995 como hotel dos estrellas y al aire libre, acondicionado para demostrar que nada es tan tonificante como el manoseo de embarradita pastelera. De medio año como novios su baticueva funcionó durante cinco meses (buen promedio), hasta que un día un viejo quiso usar su santuario como baño. Aquel cruce de reclamos entre mis amigos y el anciano no tuvo mayores ecos. Por pena... ninguna de las partes jaló el gatillo. Acusar era acusarse. Y ese episodio, que hoy David narra inexplicablemente en cada cita con mujeres, hizo que terminara su noviazgo. Ironías de la vida: una falla en los esfínteres de un desconocido, y no una infidelidad, llevó a Ana a solicitar el fin de "el romance en las rocas".

Hoy, superados los años asturianos y lejos del club al que ya nadie va, vivimos en el más allá sin haber muerto, en un presente en que lo único que se mantiene de aquellos tiempos es la pasión de Paola para tocar el darbuka.

Pasamos, auténticamente, a mejor vida.