Sunday, August 26, 2007

Uno de estos días te cortaré en pequeños trozos


Escena 1: A finales de los 80 un amigo (de esos altotes y aprovechados) me platica la historia de Jack The Ripper y me enseña una revista donde se resaltaba el centenario de este considerado primer Serial Killer de la historia. En una página aparecían las siguientes líneas, escritas con una especie de tinta roja y fechadas el 25 de septiembre de 1888:

"Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha capturado, pero en realidad no me han encontrado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo de gritar. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo... Atte. Jack".

Aparte de quedarme tieso del miedo y traumado a mis escasos 10 años de edad, con esta vivencia inicia oficialmente mi interés por el destripador que aterrorizó Whitechapel entre 1888 y 1891. Con el paso de los años, encuentro que a este compadre del escalpelo filoso, al que se le atribuye la muerte de cinco prostitutas londinenses, nunca lo pescaron y, mucho menos, descubrieron su identidad.

Escena 2: Hace apenas unos días, mi amiga Claud quiere ponerme a prueba y me manda por mail un par de párrafos para que yo demuestre si realmente soy un conocedor de los asesinos seriales. Con la primera línea que leo, me es suficiente. Le respondo de inmediato su correo diciéndole que se trata de "Son of Sam" (David Berkowitz), dándole la ficha de este sádico lunático que, con su pistolita calibre .44, sembró pánico en Nueva York entre 1976 y 1977.

Escena 3: Entro a un Mixup con mi madre y, en los monitores de la tienda, vemos que están pasando la película de un asesino cuya máscara estaba hecha con la piel de sus víctimas. Mi antecesora le pregunta al que atiende que cuál es el título de tan desagradable cinta, y salgo yo con el currículum vitae completito de Ed Gein, el carnicero de Plainfield. El gerente de Mixup se me queda viendo feo y mi madre me regaña (a mis casi 30 añotes) con un titubeante: "¡Cómo puede ser que te sepas esas cosas tan feas!". Para calmarla y borrarle esta imagen, su lindo hijo le picha un Cd de Barry White y sale con ella del brazo, cantándole suavecito "Can't get enough of your love babe".

Escena 4: Estamos Mara y yo tiradotes en el cuarto y echando tele en una apacible mañana de agosto. En TV Azteca pasan una sección de asesinos seriales y adelantan: "Después de comerciales, les presentaremos las fechorías de Richard Speck, un criminal que en una sola noche mató a ocho enfermeras". Mara, una monada como siempre, avienta un bostezo y luego dice muy quitada de la pena: "Ah, ya sé quién es. Es el loquito bruto que por no percatarse de dejar a una novena con vida, fue acusado por ésta y capturado por la policía". Me quedo perplejo. Mi longeva debilidad por el tema, mis libros que exploran la mente criminal y mis documentales en DVD sobre los asesinos más célebres de la historia han contagiado a mi norteñita y la han hecho una experta en el universo de los matones. Ahora comprendo que no haya puesto un "pero" cuando esta semana le dije que fuéramos al cine a ver "Mr. Brooks".

Pues bien, pasados estos cuatro capítulos, no me excuso ni puedo ocultar que me intrigan las historias de ciertos personajes cuyas mentes, acciones y motivos he sido incapaz de entender y explicarme.

Habrá quien diga que todo individuo tiene un asesino encerrado en el cuerpo y que sólo algunos lo dejan salir por completo, mientras a otros apenas se les escapan inofensivas sombras de ese instinto tan humano e inhumano a la vez. La paradoja que es preferible negar.

Por cierto, el título del presente no es mío. Pertenece a "One of these days I'm going to cut you into little pieces", canción escrita por Pink Floyd en 1971, y la cual intentaba explicar el único momento en que un integrante de la banda sintió verdaderos deseos de cortar en pedazos a alguien que le resultaba sencillamente... extirpable. ¿Una inofensiva sombra que se le escapó?

Tuesday, August 14, 2007

Se repite el penal


Nunca falta.

Desde que se me encomendó una función especial en mi chamba la semana pasada, me concentré en buscar la mejor forma de exponer lo investigado y ponerlo en práctica frente a la plana mayor de la empresa. La cita estaba prevista para hoy a las 12:00 en "el salón de los meros meros" y yo me sentía como Charlie Sheen en su papel de "Wall Street". Parecía que me iba a parar a hablar largo y tendido (y nervioso) frente a Michael Douglas, pero multiplicado por 14. Una cosa sencilla.

Hoy que me levanté, le di un titubeante beso a mi amada, me metí a bañar y se me cayó tres veces el jabón, me pasé la toalla sobre el occipucio 20 veces y me dejé los pies empapados al momento de ponerme los calcetines.

En el camino casi me llevo a una viejita que atravesaba la calle, me pasé un alto y, ya en el Periférico, me percaté que no había prendido el estéreo, algo imposible para mí. Fue entonces cuando recordé que debía calmarme y, para ello, sí, lo confieso, saqué un disco del concierto de Yanni en el Taj Mahal para poner "Waltz en 7/8". Sentía como si el Namasté me invitara a inhalar profundo y como si la cuerda del violín de la rola me dijera: "Ya güey, cálmate, más te vale que dejes los nervios en la cajuela, porque si no, te vas a pandear gacho frente a la plana mayor". Un sabroso apocalipsis.

Al llegar a la chamba y después de ir 3 veces al baño, no faltó el ojaldra de sistemas que me animó: "¿Traes una presentación hecha en Mac?. Lo más seguro es que se desconfigure". Pese al foul personal y al flagrante intento de intimidación de este "Gates tolteca", Dios es grande y mi presentación resistió los embates de una PC, la cual la recibió con un mísera variación en los acentos. Una simple gripe binaria.

Con puntualidad (y nervios), me acerqué a la salita de juntas donde, de antemano, estaban los de la plana mayor. "Luis, colócate donde quedes a la vista de ellos y, cuando yo toque el vidrio y te haga una seña, entras". Esa fue la instrucción que me había dado el buen Juan Edgar, encargado de que toda exposición salga a tiempo y en forma.

12:01 horas en el reloj y Juan Edgar toca el vidrio y me hace la seña de que es momento de tirar el penal. Me perfilo, inhalo, exhalo, tomo la manija de la puerta, abro, pongo medio pie en la salita y... "Luis, ¿nos permites por favor?, ahora te llamamos".

Con muchísimo gusto (y ganas de tirarle un cabezazo a Juan Edgar tipo Zidane), doy las gracias por nada y regreso a mi lugar de origen, o sea, al mundo del "ya casi expones". Yo soltando adrenalina gratis. Es como un gol en una Final, pero qué creen, dice el árbitro que alguien (Juan Edgar) se metió al área y que el tiro se repite.

12:02, 12:03, 12:04 y yo rotando sobre mi propio eje, con mis apuntes en mano y esperando que el árbitro pite para, ahora sí, cobrar el penal. De pronto.... alguien me llama, pero el sonido no proviene de la sala de juntas, sino del pasillo opuesto: "Qué pasó mi cuate, ¿hora de juntas?".

Quien me busca es ni más ni menos que...., bueno, no me sé su nombre, pero es un bigotón de intendencia que siempre interrumpe sus deberes cuando en la televisión se está transmitiendo un partido del América. O sea, éste cambia de plumaje más que de corte de cabello y su mostacho parece una alita de águila extendida y que vuela feliz sobre cada sonrisa que esboza. "Sí", contesto seco, antes de regresar a mis apuntes. "¿A poco no se pasa el 'Tuca' cuando dice que Pumas es mejor que América?", me dice.

No es que yo sea mamila con este "compa", pero es que en verdad, entre los minutos que me quedan y mis nervios, no hay margen de dar mi versión extendida de la rivalidad azulcremas-felinos. "Sí, se pasa el 'Tuca'", es lo único que respondo.

"Porque verá joven, yo pienso que América es mejor en todo, o usté dígame ¿en qué es mejor Pumas?. Nosotros somos mejores, ellos ni en CU nos han ganado en 3 años... bla bla". Si pongo el "bla" es para abreviar seis minutos de un tratado de superioridad americanista que acabaría, me cae, con todo experto de Los Protagonistas y de La Jugada.

Por fin, Juan Edgar (Materazzi) toca el vidrio, me dice que pase (que se cobre el penal) y yo me perfilo. Entro y expongo. Todo fluye bien y, al salir media hora después, al primero que le regalo una sonrisa es al "bigotitos", quien, noble, y no histérico como yo, me saluda cordial y me enseña su escapulario... sostenido por un cordón azul y amarillo.

"Así es mi hermano, 'Tuca' está loco. Somos mejores".

Thursday, August 9, 2007

Juré que era casada... mi esposa


La primera vez que la vi aposté a que era casada. Ella solía venir a trabajar como apoyo de deportes a las sesiones de madrugada del Mundial del 2002. Recuerdo sus bucles güeritos, abultados, eran rizos que apuntaban a todos lados y a ninguno (seguro no apuntaban a mí). Bostezaba y bostezaba, traía unos converse de distinto color cada día y lucía orgullosa una playera de la Selección. Sí, medio fachas.

Cinco años después, efectivamente ella está casada... ¡pero conmigo!. No, no le apliqué bajín a ningún caballero. No, en ese entonces no estaba ella dándole besitos a algún garañón. No, no me la chacaleé. No, jamás imaginé que sería eventualmente mi esposa. Es más, la norteñita y yo llegamos a confesarnos, en una salida de cuates, que jamás nos meteríamos en esa burbuja psicodélica ancestral denominada "matrimonio". Chocamos vasos, lo juramos en nombre de la bendita soltería y aquí estamos hoy, durmiendo de cucharita los dos grandes mentirosos cuyas promesas valieron pa' puro queso. Para comprender el valor real de un juramento solteril, sólo se requiere romperlo a la primera noche de vinito, jamoncito serrano y unas cuantas gotitas de guayabo.

De ser una dupla de amigos decentes, mi güerita y yo pasamos a consumidores del vicio. Nos fumamos caricias, aprendimos de memoria nuestros lunares, nos inyectamos elevadas dosis de complacencia y el mundo horizontal se nos empezó a hacer particularmente sabroso. Placeres inconfesables. Tanto placer como ver quién de los dos tenía los tobillos más bonitos. Ocio de pareja, ocio del bueno.

Las sesiones de urgencia y las dudas existenciales dejaron de atolondrarme cuando pronuncié mis votos ante el sacerdote y me di cuenta de que mi convicción al hablar la estaba haciendo chillar bien canijo (estuve a nada de decirle que no hiciera dramas enfrente de la gente). Aquella noche de bodas en Cocoyoc me hizo algo que ni el castellano (ni Google) nomás no me ayudan a definir. Sólo sé que ella dejó de ser mi última visita nocturna para convertirse en mi primer parpadeo del amanecer. Ningún romanticismo tan puro como mirarla entre lagañas. El verdadero amor es cotidiano. Esa es mi tesis a casi tres años de casado (cazado).

Dejé de dormir con las manos metidas en los boxers y me hice al hábito de, mejor, rascar la almohada. Dejé de poner seguro en el baño durante la ducha y dejé de salir de la regadera sin importarme si alguien entraba y practicaba patinaje con el jabón en el piso. Además, comencé a doblar mi ropa y a fingir que soy ordenado. La pantomima duró dos meses.

Hoy que cumple 31 años mi calzonuda norteña, la celebro a lo grande y me festejo a mí mismo por mi único gran acierto en esta vida de fajines, toquines y trajines, acierto que me hizo retirarme como casanova de siete centavos y debutar como marido de un mujerón. Me sigo burlando de mis poses cuando el poli de la casa me pregunta "¿Señor, necesita que le ayude con el súper?" (otra farsa: seré mandil, pero no hago el súper). Y lo de "señor" lo traduzco como un antídoto a mi cara de niño.

En fin. Probé lo ajeno, me dijeron que ya era "mío", según el acta matrimonial y la decisión de Dios, y ya me gustó. Aunque entre más es ella mía, menos soy yo mío. Soy otro. Una mitad de ella me hace vivir sobrado (incluso en mi peso) y digo con inestimable dicha que me echo dos latas diarias de cultura tijuanense y no me provoca reflujo. Recuperé mi capacidad de sorpresa, la pierdo cada noche y la retomo con algún chascarrillo de su jolgoriosa forma de hablar ("Marido, llévame al 'Starbacks'"). No sé qué es lo que menos me gusta, si el tonito del "Estarbocks" (como pronunciamos los chilangos) o lo de "Marido" (mi cara de niño saca tres arrugas al recibir tan bonita palabra de mi güerota).

En fin, llegué puntual al matrimonio, hoy celebro los 31 de mi norteñaza, y pienso seguir entregando mi fidelidad y mi ropa mal doblada a quien me recuerda, por más que me enterque en lo contrario, que estoy químicamente enamorado de la que juré estaba casada con otro hace años.

Ya lo dijo un gran amigo: "Jamás los visualicé a ustedes juntos cuando solteros. Hoy que los veo casados, no los imagino separados".

Tiene razón. Aunque no puedo roncar a placer ni rascarme con descaro en la cama, tiene razón.