Friday, March 23, 2007

Un mundo de fe y devoción


"Señores, señoritas. Les damos la bienvenida a la fiesta y gracias por vestir de negro y morado, como debe ser. Son privilegiados, ya que serán los primeros en escuchar en este país el nuevo álbum... ULTRA. Esto sólo sucederá de manera simultánea en París, Berlín, Los Angeles y, por supuesto, aquí".

Fue una voz distorsionada la que sonó de tal modo la noche del 11 de abril de 1997 al interior del extinto antro "Sixtina". Y un centenar de fans aplaudimos con vehemencia y ansiedad por escuchar el entonces nuevo disco de Depeche Mode. Todos entre velas, todos a media luz y aguardando el momento de estallar.

Tengo esa noche en mi memoria porque me transporta a la fecha en que Depeche lanzó mi disco favorito, pero también porque aquella velada fue un momento mágico donde comprendí que soy de esos fanáticos que hoy están en peligro de extinción. Los que lo tienen todo y también lo que está más allá de la colección completa. Lo inédito, lo inaudito, lo oficial y lo oficialmente no oficial. Un poco más que todo. De lo contrario, no eres fan.

Este seguidor al que Depeche convirtió en devotee con el paso de los años comprende que algunos le llamen "enfermo" por tener en su colección casi 90 discos de la banda y por haber movido cielo, mar, tierra, horarios de trabajo y hasta boletos de avión para concretar lo que hasta ahora son seis inolvidables conciertos: tres en el D.F., uno en Fort Lauderdale, uno en San Diego y uno en Los Angeles.

Mis amigos y quienes me conocen de médula me han visto crecer con Depeche tatuado a la cabeza y a los oídos. Han tenido que fletarse al menos un discurso mío en el que creo ilusamente que me están entendiendo todo.

Me han hablado por teléfono para avisarme que MTV pasará un documental del grupo, me han contado de algún concierto al que han ido a verlos, me han preguntado si ya tengo la edición limitada o remasterizada de algún álbum, han bailado conmigo en un antro alguna canción de DM, me han hablado al celular para decirme que se acordaron de mí porque estaban oyendo una rola en la radio, entre muchas otras cosas. En resumen, para muchos, apenas oyen la palabra "Depeche", se acuerdan de mí en automático.

Incluso, recuerdo cuando en 1995 mi buen amigo Lalo me llamó aturdidísimo y me dijo que David Gahan, vocalista de la banda, había sido declarado muerto dos minutos tras meterse un speedball y de milagro había sido traido de vuelta al mundo por los médicos del Cedars-Sinai de Los Angeles.

"¿Estás ahí?, ¿me estás oyendo ultra fanático de Depeche?", recuerdo que preguntó varias veces Lalo mientras yo salía del shock del otro lado del auricular. No por nada, dos años después de este catastrófico episodio, los fans de Depeche nos volvimos locos al ser los poquísimos afortunados que fuimos a "Sixtina" a escuchar el ULTRA, ese álbum con el que la banda, con todo y Gahan, regresaron de la tumba.

Después de ello, tomé como algo prácticamente imposible que DM tocara de nuevo en México. Y aún menos creí que en mayo del 2006 la banda de mis sueños trajera su "Touring The Angel" para llenar dos veces el Foro Sol, con 50 mil almas por noche.

Muchísimo menos concebí que llegaría el momento en que mi buen cuate Vesselin, acordándose de mi exacerbada devoción a la banda, me llamara en pleno primer show de esas dos veladas y me dijera que, de entre esos 50 mil, tenía dos cortesías para la exclusivísima Post-Party del grupo en la terraza del Hotel Hábita, lo que nos llevó a mi Mara y a mí a echarnos un tequila y un vodka en la mesa aledaña a la de Martin Gore y Andy Fletcher.

"Amor, ¿estás consciente de que estás echándote un drink junto a tus ídolos? ¡Estamos junto a Depeche Mode!".

Creo que no pude contestar, pero sí recuerdo que mi amadísima me sacó del coma y, bajo su consejo, fui a cazar a Fletcher al baño de hombres para conseguir un autógrafo y un saludo con las manos sucias, ya que este inglesito no se las lavó después de...

Memorias, shows, fotos, discos, dvd's, playeras, chamarras, el mejor concierto de mi vida (del que hablaré algún día), locuras, pláticas, tarjetas navideñas, mucha música y, por supuesto, negro y morado, negro y morado y más negro y más morado.

Todo esto ha sido mi vida con la banda de mis amores, mis desamores, mis alegrías y mis instantes más sublimes. Y aún hoy, cuando los verdaderos fans estamos en peligro de extinción, sigo sin poder responder cuando alguien me pregunta: "¿Estás ahí, me estás oyendo ultra fanático de Depeche?"...

Tal vez disfruto demasiado... el silencio.

Wednesday, March 14, 2007

Mexican Chopper



"Mis amigos, ¿se acuerdan que les prometí una sorpresa?".

Así nos dio la bienvenida mi amigo Mou a Mara y a mí al llegar a Cuernavaca para pasar dos esplendorosos días alejados de la lluvia y el frío del D.F.

Y todo, mientras el nene le quitaba la funda a un juguetito que he visto en alguna película de Lorenzo Lamas, que ronronea maravillosamente, que es morenito, brillante, obediente mientras lo trates con delicadeza y que muestra orgulloso su estirpe: Harley Davidson.

Sí, un radiante duendecillo de la realeza de las motocicletas que de inmediato me dejó estupefacto, a pesar de que en mis 28 años de vida jamás le presté atención a vehículos de dos ruedas (con excepción de mi bicicleta Magistroni de 1986 en la que me derrapaba para mutilarme las rodillas sin que pareciera intento de suicidio).

Con una sonrisa con la que parecía presumir el penacho más grande de la tribu, Mou nos mostraba su caprichito de varios miles de dólares, poco antes de darle vuelta a la llave. "¿Cómo la ves?", me preguntó.

De niño, le habría contestado un soberano "¿Ah sí?, pues mi coche tiene quemacocos...", pero como ya crecí, ya me casé, ya maduré y ya no me ardo tan fácil, respondí con elegancia: "En el D.F. no puede uno andar en una moto así" (mis entrañas me respondían: "Ay sí, güey, ya quisieras botarte 10 mil dólares en un juguetito así".

Todavía no pasaba el trago de la primera impresión cuando ya estábamos listos. Casco, botas negras, guantes, una chamarra con protecciones en espalda, pecho y codos, así como un sistema de ventilación que me hizo pensar que se había gastado más en los accesorios que en la moto.

Después de ponerme el lioso casco con una habilidad tal que casi me desvío el tabique nasal y me quedo sin la oreja derecha, vino la explicación del maestro, quien corre motos desde la secundaria (yo, bien confiadote, le creí).

"Luis, tienes dos opciones, o te sujetas de mi cinturón o te agarras de una banda del asiento trasero". Preferí la primera cuando observé que la dichosa bandita me haría parecer como un pasajero que durante el trayecto iba a rascarse la entrepierna o a acomodarse no sé qué tantos detalles en la franja de advertencia que delimita el cierre de los jeans.

Y así, con la rojiza puesta de sol sobre la ciudad de la eterna primavera y 20 instrucciones de Mou, estábamos listos.

En mi cabeza, repetía todo: "No pongas el pie en otro lado que no sean las bases, no pegues la pierna a la zona metálica, arquea la espalda hacia adelante, si quieres asomarte saca la cabeza pero no el cuerpo, si te llegas a caer no dejes de rodar para evitar quemaduras" (escuchar eso sí era una jalada), "disfruta el trayecto, no dejes de avisarme si te sientes inseguro" y, para rematar, esa que si no me dice no me acuerdo... "no te sueltes".

Iba a preguntar sobre la ruta a tomar, pero tardé tanto en alzar el acrílico del casco para que me oyera Mou que, para entonces, ya íbamos pasando el Mega de Avenida Diana.

Enfilamos a la carretera Cuernavaca-Acapulco cuando llegó otro pequeño inconveniente. La velocidad aumentaba, el ronroneo se acrecentaba, yo con el acrílico arriba, y el aire, golpeando mis ojitos, convirtiéndome poco a poco en un filipino. Parecía que me había picado una abeja en cada pómulo y que la sonrisa del Guasón nacía en mis cachetes. Yo esperaba resignado una muerte por hiperventilación pulmonar.

¿Cómo le hacía Lorenzo Lamas para ir a toda velocidad en su Harley, sin casco, con la melena al viento, las arracadas sin bronca y sonriéndole sin parpadear a las nenas en bikini que se le atravesaban para mandarle besitos? (es televisión, idiota, televisión).

Mi cara era ya la pintura "El Grito" de Munch cuando vi que el buen Mou se bajó de pronto el acrílico del casco con una destreza y una rapidez que me dejó impávido. Pensé en hacer lo mismo, pero la gallina se apoderó de mí y no me atreví a soltar la manita derecha. "Si intentas bajar el acrílico, lo más seguro es que al rato estés ascendiendo al cielo y Dios te mande de retache por estúpido".

Enfilamos hacia Palmira y yo estaba en plena cavilación celestial cuando un tope se nos atravesó. Mou, quitadísimo de la pena, me dijo: "Hermano, se me olvidó advertirte que cuando pasemos por topes, alces la cadera para amortiguar el golpe". El dolor no me dejó contestar para mentarle la madre.

Luego de un buen rato, terminamos en un mirador hechizante. Mou se bajó de la moto muy ducho, y yo hice lo propio después de reacomodarme los jeans porque el cierre me había quedado sobre la lonjita izquierda. Si mi amigo era el imponente Batman descendiendo del Batimóvil, yo era la versión más raquítica de Robin, caminando como orangután.

Después vino el regreso. Fue un trayecto significativamente más decente y para el que me preparé a consciencia, empezando por bajar el acrílico a tiempo y por llevar la cadera despegada del asiento trasero.

La llegada triunfal a casa de Mou no pudo ser más emocionante y apegada a las películas de acción tipo Top Gun: mi amada no me esperaba en la entrada, la puerta de la cochera (autómatica) abrió sin percatarnos de que había un coche obstruyendo la misma y, al final, para recibirnos con aires de grandeza, las tías de Mou (sus edades suman casi 300 años) tomaban café y platicaban sobre la calidad del pan dulce mexicano.

Para rematar la travesía nocturna con un romántico beso a mi mujer, ahora sí pensé bien y evité el ridículo. Me fui al baño solo, me quité las botas y volví a desviarme el tabique nasal al desprender el casco de mi cabeza. Creo que salió mi cerebro también.

El cabello me quedó como espantapájaros, así que me eché aguita, me acomodé el cuello de la chamarra y salí como todo un galante devorador del asfalto, dispuesto a que mi mujer me apellidara Lamas a partir de hoy. Esto… para yo corregirla de inmediato: "No, no soy Lamas, querida. Llámame... Maverick".

Wednesday, March 7, 2007

El lado oscuro de la luna


Nos fue advertido. No podríamos entrar a menos de que dejásemos afuera todo objeto brillante. Y así lo hicimos. Fuimos respetuosos y acatamos.

Lo sorprendente es que no dejamos nada, si acaso el cerebro en unas charolas, pero así, casi completos, entramos y tomamos asiento.

Éramos 6, pero en la segunda suma salimos 60 mil, y en medio de la confusión, para ponernos cómodos y no alterarnos, a los huéspedes nos ofrecieron whisky y cigarrillos, mientras el añejo tocadiscos nos hizo recordar a los que no estaban más con nosotros.

En mayor o menor medida, alcanzó para todos, tanto los cigarros como el whisky, como la añoranza de que "ellos" estuviesen aquí, con "nosotros".

La humareda fue lo de menos. Entre tanta niebla uno piensa tanto que al final recuerda poco. Mi amada, mis amigos y mi padre pudimos pensar lo mismo y externar algo distinto. Pudiese ser que alguien estuviera en nuestra cabeza y que no fuésemos nosotros.

El anfitrión, un sexagenario con el pecho caído, pero con sonrisa enarbolada, nos dio la bienvenida y quizá nos regaló una caravana también. Tal vez me distraje y de ello no me percaté. Tal vez entré en coma, salí a pasear y después regresé.

No conté los minutos. En un guiño el tiempo se estaba esfumando y deteniendo, estaba caminando y corriendo. Y yo en medio. Y los otros cinco a un lado de mí. Cada uno atrapado y viajando. Volando y remembrando. Hablándose a sí mismo y en silencio. Haciendo ruido, desnudándose, haciéndose el amor y cansándose… sin notarlo. En masa, los que hacemos lo mismo no hacemos nada… en particular.

"¿Para qué tanto humo?", recuerdo haber preguntado. "No dudes, tú sólo respira", me dijo mi buen hermano, quien para entonces, no se había desecho el nudo de la corbata, pero sí el del seso. Su mollera y sus pies lo delataban; ya volaba también.

Aprovechando que mis entrañables echaban otra copa, me acordé de mí y me eché de menos como nunca antes. "Cómo quisiera que estuvieras aquí", me dije. Y a miles de kilómetros, me contesté, pero entre tanto ruido, no pude escuchar nada.

"Nunca me pones atención", insistí, pero de nuevo me ignoré. Yo y este servidor tuvimos una discusión sin dejar que nos vieran, pero no hubo solución, así que me dejé solo y volví con mis incondicionales.

Para esa hora, mi amada casi rompía en llanto, mi padre engordaba la emoción comiendo besos, y mi hermano, con ese nudo de la corbata intacto, clavaba generoso la pupila en un prisma espectacular: "El color que quieras, hermano, el color que quieras".

Para eso era el humo.

"The lunatics are in my hall", interrumpió con un impecable y rasposo inglés el sexagenario anfitrión. Todos, cautivados, aceptamos el apodo muy quitados de la pena, muy metidos en la niebla, muy lejos de la tierra.

Alguien no estuvo de acuerdo, se separó, salió, azotó la puerta, nos encerró y arrojó la llave a la luna. Después se perdió en el cielo encapotado.

En busca de ella fuimos todos y, aunque habría sido lógico hallarla en el lado luminoso, la llave brotó del cariz opuesto, del oscuro, como suceden tantas y tantas cosas en este eclipsado mundo.

Al final de la velada, preguntamos por buenos amigos y músicos como Richard, Dave y Nick, pero ninguno llegó.

Y de Syd, ni siquiera quise indagar. Todos supimos el motivo preciso y turbulento por el que no asistió. No quise sufrir más. Abracé en un parpadeo a mis entrañables y les pedí que nos fuéramos.

Al salir, mientras nos devolvían nuestros objetos brillantes y nuestro cerebro, me despedí del sexagenario del pecho caído y la sonrisa enarbolada, quien nos obsequió unas palabras y, quizá, una caravana también: "Nos veremos en el lado oscuro de la luna".

Yo respondí a nombre de los míos.

"No lo dudes… gracias por la copa, por el humo, por los recuerdos, por los vivos y los muertos. Y dile al diamante loco… que siga brillando".

- Escrito unas horas después del “Dark Side Of The Moon Tour” de Roger Waters en el Foro Sol. Sobrio y con la luna brillando -

SETLIST:
In the Flesh - Mother - Set the Controls for the Heart of the Sun - Shine On You Crazy Diamond - Have a Cigar - Wish You Were Here - Southampton Dock - The Fletcher Memorial Home - Perfect Sense (Parts 1,2) - Leaving Beirut - Sheep

Speak to Me - Breathe - On the Run - Time - The Great Gig in the Sky - Money - Us and Them - Any Colour You Like - Brain Damage - Eclipse

The Happiest Days of Our Lives - Another Brick in the Wall (Part 2) - Vera – Bring the Boys Back Home - Comfortably Numb